miércoles, 1 de junio de 2011

ENSAYO KARDECISTA

INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DE LA DOCTRINA ESPIRITA.
  
De: EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS 
Uno de los mejores libros de todos los tiempos 
AUTOR: ALLAN KARDEC 
Versión castellana: Giuseppe Isgró C.



A las cosas nuevas, se les asigna palabras nuevas; así lo precisa el lenguaje, para darle claridad, evitando atribuir diversos significados a un mismo término.
  
Los vocablos espiritual, espiritualista y espiritualismo tienen un significado definido, y por lo tanto, si se quisiese atribuirle uno nuevo para aplicarlo a la doctrina de los Espíritus, se multiplicarían los equívocos.

 El Espiritualismo es lo opuesto al Materialismo, por la cual cosa, todos quienes creen tener en sí algo más que la materia, son espiritualistas; pero de esto no se deriva que ellos crean a la existencia de los Espíritus, y mucho menos a la posibilidad de sus comunicaciones con el mundo visible. Para designar, por lo tanto, esta creencia, nosotros, en vez de las palabras espiritual y espiritualismo, utilizamos las de espirita y espiritismo, que tienen la ventaja de ser muy claras, dejando al término espiritualismo su significado común.

Nosotros, por lo tanto, diremos que la doctrina espirita, es decir, el Espiritismo, tiene como principio la creencia en las relaciones entre el mundo material y el mundo invisible, es decir, entre los seres humanos y los Espíritus, y denominaremos espiritas, -o si se prefiere, espiritistas, a quienes aceptan esta doctrina.

II

Existe, además, otro término, en torno al cual es necesario ponerse de acuerdo, por cuanto constituye, por decirlo de esta manera, uno de los puntos cardinales de toda doctrina moral, que suele prestarse a algunas controversias, no habiéndose establecido su verdadero significado, me refiero a la palabra Espíritu.

La disparidad de opiniones en torno a la naturaleza del Espíritu nace de la diversidad de significados que, con frecuencia, se atribuye a esta palabra.

Una lengua perfecta, en la cual cada idea se pudiese expresar con un vocablo propio, ahorraría muchas discusiones inútiles, por cuanto, si hubiese una palabra propia para cada idea singular, muchos se encontrarían de acuerdo sobre cosas en torno a las cuales inútilmente se debate.

Según algunos, el Espíritu es el principio de la vida material orgánica, no existe independientemente de la materia, y termina con la vida: esto es lo que se conoce como materialismo. En este sentido, y como comparación, hablando de un instrumento roto, que no da más el sonido acostumbrado, dicen que no tiene Espíritu. Según esta opinión, el Espíritu sería un efecto y no una causa. Según otros, el Espíritu es el principio de la inteligencia, es decir, un agente universal del cual cada ser absorbe una porción. Según esta opinión no habría en todo el universo más que un Espíritu solo, el cual distribuye sus chispas a todos los seres inteligentes que están en vida, y después de la desencarnación cada chispa regresa a la fuente común, donde se confunde con el todo, al igual que los arroyos y los ríos regresan al mar, del cual han tenido su origen.

Esta opinión difiere de la precedente en cuanto que se admite que hay en nosotros alguna cosa que no es materia, y que continúa después de la desencarnación. Pero, sería lo mismo afirmar que no queda nada, por cuanto, destruida la individualidad del ser, termina en él, necesariamente, la conciencia de sí mismo. Para quienes piensan de esta manera, el Espíritu universal sería Dios, y cada ser, una porción de la Divinidad: en esto reside el panteísmo.

Según otros, en fin, el Espíritu es un ser incorpóreo, distinto e independiente de la materia, que conserva la propia individualidad después de la desencarnación. Esta doctrina, según la cual el Espíritu es la causa y no el efecto, es la doctrina que profesan los espiritas.

Sin entrar en el análisis de estas varias opiniones, y considerando la cuestión, únicamente, desde el lado lingüístico, destacamos que estas tres opiniones constituyen tres ideas distintas, cada una de las cuales precisaría un vocablo específico. Al término Espíritu, por lo tanto, se le ha asignado un triple significado, y cada escuela, según la doctrina que profesa, tiene razón en definirla a su propia manera. La deficiencia reside en el lenguaje, que tiene un solo término para expresar tres ideas diferentes. Para evitar equívocos, convendría restringir el significado de la palabra Espíritu a uno sólo de estos tres conceptos diferentes. A cuál de ellos poco importa; todo está en ponerse de acuerdo en forma definitiva, por cuanto, ordinariamente, el significado de las palabras es del todo convencional. De nuestra parte, estimamos más lógico emplear esta palabra en el significado que más comúnmente se le atribuye, por lo cual, denominamos Espíritu al ser incorpóreo y consciente de sí, que reside en nosotros, y sobrevive al cuerpo. Aún si este ser no existiese, sería necesario tener un vocablo para designarlo.

Nosotros, en ausencia de un término especial para cada una de las ideas correspondientes a las otras dos doctrinas ya expuestas, denominamos principio vital a la causa de la vida material y orgánica, que es común a todos los seres vivientes, desde la planta al ser humano, sea cual fuere su origen. Por cuanto la vida puede existir también sin la facultad de pensar, el principio vital es algo muy diferente de lo que nosotros llamamos Espíritu. La palabra vitalidad no expresaría el mismo concepto. Para algunos el principio vital es una propiedad de la materia, un efecto que se produce cada vez que la materia viene modificada por determinada circunstancias; para otros, en cambio, es esta la idea más común, el principio vital es un fluido especial esparcido por todas partes, y del cual, cada ser, durante la existencia, absorbe y se asimila una parte, como vemos que los cuerpos inertes absorben la luz. Por lo cual, el fluido vital, según la opinión de algunos, no es más que el fluido eléctrico animalizado. Denominado, también, fluido magnético, fluido nervioso, etcétera.

De todas maneras, sea lo que fuere que se quiera creer, existen hechos que no se pueden dudar, es decir:

a) Que los seres orgánicos tienen en sí mismos una íntima fuerza, la cual, mientras exista, produce el fenómeno de la vida.

b) Que la vida material es común a todos los seres orgánicos, e independiente de la inteligencia y del pensamiento.

c) Que la inteligencia y el pensamiento son facultades propias de ciertas especies orgánicas.

d) Que, finalmente, entre las especies orgánicas dotadas de inteligencia y de pensamiento existe una que posee un sentido moral especialísimo, que la convierte incontrastablemente superior a todas las demás, es decir, la especie humana.

Es fácil comprender que, aún cuando no se le de a la palabra Espíritu un significado bien distinto, ella no excluye ni el materialismo ni el panteísmo. El mismo espiritualista puede, también él, considerar el Espíritu según una de las dos primeras definiciones sin perjuicio del ser incorpóreo y consciente de sí, en el cual él cree, y al cual él daría, en tal caso, cualquier otra denominación. Esta palabra, no es la expresión de una idea bien determinada, sino un Proteo, que, cada quien puede, a su gusto, representarse en una u otra forma, y, por lo tanto, constituir motivo de vanas y extensas controversias.

Podría aclararse la cuestión, sirviéndose, también, de la palabra Espíritu, en cada uno de los tres casos, agregándole un calificativo que especifique con cual significado se emplea. Ella, sería, entonces, un término genérico, que podría referirse, al mismo tiempo, tanto al principio de la vida material como a la inteligencia y al sentido moral, y se distinguiría por medio de un atributo, como, por ejemplo, se distingue el término genérico de gas con el agregado de las palabras hidrógeno, oxígeno, nitrógeno, etcétera. Podría, por lo tanto, decirse y sería, quizá mejor, Espíritu vital, para denotar el principio de la vida material, Espíritu intelectivo, para distinguir el principio de la inteligencia, y Espíritu, para significar el principio de nuestro yo consciente después de la desencarnación.

Como cada quien puede ver, es esta una cuestión de terminología, pero de esencial importancia para poder entenderse.

En conclusión, según lo antes expuesto, el Espíritu vital sería común a todos los seres orgánicos: plantas, animales y seres humanos; el Espíritu, pertenecería, más específicamente, al ser humano.

COMENTARIO EXEGÉTICO GIC: La diferenciación entre el Espíritu vital y el Espíritu, efectuada por el maestro Allan Kardec, es excelente. Únicamente nos quedaría agregar que ambos se encuentran presentes, simultáneamente, en los seres de los cuatros reinos naturales, con la salvedad de que, en cada especie, y reino, se expresan de acuerdo con las características que les son inherentes. Esto debido a que una es la ley, y todos los seres, en los cuatros reinos: mineral, vegetal, animal y humano, están formados de cuerpo, alma y Espíritu. El Espíritu vital es el reflejo, en la materia, del Espíritu, por cuanto, con la desencarnación, además de la separación del Espíritu del cuerpo, por la separación del alma que les mantiene unidos, también desaparece del cuerpo el Espíritu vital.

Hemos creído necesario anteponer estas explicaciones, porque la doctrina espirita se apoya sobre la existencia, en nosotros, de un ser independiente de la materia y que sobrevive al cuerpo. Dado que la palabra Espíritu debe repetirse con gran frecuencia en el curso de este libro, era preciso establecer, con precisión, con cual significado es utilizada, y esto, para evitar posibles equívocos.

Ahora, pasemos a la parte más importante de estas instrucciones preliminares.

III

La doctrina espirita, como todas las cosas nuevas, tiene seguidores, y, también, opositores. Aportaremos una respuesta a las principales objeciones de estos últimos, examinando el valor de los argumentos sobre los cuales se fundan, sin pretender, sin embargo, de convencerles a todos, por cuanto hay algunos que estiman que la luz de la verdad ha sido hecha exclusivamente para ellos.

Nosotros nos dirigimos a las personas de buena fe, que no tienen ideas preconcebidas e inmutables, y están, sinceramente, deseosos de instruirse, y les demostraremos como la mayor parte de las objeciones, que se mueven en contra de esta doctrina, provienen de una defectuosa observación de los hechos y de un juicio pronunciado con mucha ligereza y precipitación.

Recapitulamos, ante de todo, en pocas palabras, la serie progresiva de fenómenos de los cuales esta doctrina tuvo origen.

El primer hecho que atrajo la atención de muchos, fue el de algunos objetos puestos en movimiento, hecho que se designó con la denominación de mesas giratorias. Este fenómeno, que parece haber sido observado, por primera vez, en América, o mejor dicho, fue reconocido en aquel país, (ya que la historia nos informa que se remonta a la más remota antigüedad), se produjo acompañado de circunstancias singulares, como ruidos insólitos y golpes producidos por fuerza oculta y misteriosa. Desde allí se propagó, rápidamente, a Europa y en otras regiones del mundo. En primera instancia encontró mucha incredulidad; pero, no transcurrió mucho tiempo, y la inmensa cantidad de experimentos realizados demostró que se trataba de algo real y genuino.

Si este fenómeno se hubiese limitado al movimiento de objetos materiales, se habría podido explicar con algún enfoque netamente físico. Nosotros, nos encontramos, todavía, muy lejos de conocer todos los agentes ocultos de la naturaleza y todas las propiedades de aquellos, entre estos agentes, que conocemos ya desde hace tiempo. De la electricidad, por ejemplo, se multiplican, cada día, las aplicaciones a beneficio del ser humano. No era, por lo tanto, imposible, que la electricidad, modificada por ciertas condiciones, o cualquier otro agente desconocido, fuese la causa de estos movimientos. Y, el hecho de que un mayor número de personas acreciente la fuerza que generan aquellos fenómenos parecía avalar una hipótesis de esta naturaleza. Aquel conjunto de fluidos podía considerarse como una especie de pila, cuya potencia se desarrolla en razón del número de elementos que la componen.

El movimiento circular no presentaba nada de extraordinario, el cual, más bien, es natural. Todos los astros se mueven circularmente, y, en el caso del que se trata, podríamos tener, en pequeño, una reproducción del movimiento general del universo, o, mejor dicho, se podía creer que una causa, antes desconocida, produjese, circunstancialmente, sobre pequeños objetos, una corriente análoga a la que hace desplazar a los planetas.

Sin embargo, el movimiento no era siempre circular, sino que, con frecuencia era brusco, desordenado, y en alguna ocasión el objeto era movido con fuerza, volteado, impulsado hacia cualquier dirección, y, en contradicción con todas las leyes de la estática, levantado del suelo y sostenido en el espacio. Todavía, también en estos hechos no había nada que no se pudiese explicar con la potencia de un agente físico invisible. No vemos, quizá, a la fuerza de la electricidad voltear edificios, arrancar árboles, lanzar lejos cuerpos muy pesados, unas veces alejándolos, otras, atrayéndolos.

Los ruidos insólitos, los golpes repetidos, también admitiendo que no fuesen uno de los efectos ordinarios de la dilatación del leño o de cualquier otra eventual causa, podían, perfectamente, ser la consecuencia de la aglomeración de un ignoto fluido; la electricidad, no produce, quizá, fuertes ruidos?

Hasta aquí, como puede verse, todo podía reentrar en el dominio de hechos puramente físicos y fisiológicos. Pero, de todas maneras, también sin salir de un tal orden de ideas, había, en estos fenómenos, suficiente materia de estudios, serios y profundos, tanto como para atraer, completamente, la atención de los doctos.

Por qué no ocurrió esto?

Es preciso reconocer que fue el efecto de causas, que, conjuntamente con otras miles de análoga similitud, prueban la ligereza del espíritu humano. La primera, entre todas estas causas, fue la simplicidad del objeto principal que sirvió de base a todos los primeros experimentos, es decir, un pequeño mueble de madera.

No hemos, quizá, visto cuál increíble influencia tiene, frecuentemente, una palabra, aún sobre los argumentos más serios? Ahora bien, sin considerar que el movimiento podía ser impreso con igual facilidad a cualquier objeto, prevaleció la idea de servirse de una mesa, por resultar más cómodo, y porque todos tenemos la costumbre de tener una mesa, más bien que otro tipo de mueble.

Pero los seres humanos de gran importancia, con frecuencia, incurren en actitudes pueriles, que no es para maravillarse si han creído poco conveniente para su dignidad ocuparse de lo que el vulgo denominaba danza de la mesa. Se podría, casi apostar, que, si el fenómeno observado por Galvani lo hubiese sido por personas de escasa cultura y designado con un nombre simple, sería, aún hoy, relegado al lado de la varita mágica. Y, en verdad, cuál docto académico no habría creído rebajarse tomando en serio la danza de las ranas?

Alguno, pero, con la modestia que le permitió creer que la naturaleza no había dado, aún, la última palabra, quiso seguir insistiendo, aunque fuese solo para tranquilizar su propia consciencia; pero, o bien los fenómenos no correspondieron, siempre, a las expectativas, o bien, por cuanto no se desenvolvieran de acuerdo con su voluntad, no tuvo la paciencia de continuar con la experimentación, terminando con negarlos. Sin embargo, a pesar de esta conclusión, las mesas continuaron a girar, y nosotros podemos decir con Galileo: eppur si muovono! Además, no sólo continuaron a moverse, sino que los hechos se multiplicaron al punto de rendirse comunes, y ahora, no se trataba más que de encontrar la explicación.

Y, en verdad, cómo pueden realizarse inducciones en contra de la realidad de los fenómenos sólo porque no se reproducen de manera siempre idéntica y conforme con la voluntad y a las exigencia de quien los experimenta? También los fenómenos de la electricidad y de la química se encuentran subordinados a ciertas condiciones; pero, quién puede negarlos porque no se efectúan fuera de ellas?
Cuál es la maravilla, entonces, 
si el fenómeno del movimiento de objetos, por la fuerza del fluido humano, tiene, igualmente, sus condiciones de ser, y no se verifica, cuando el observador, obstinado en su modo de ver, pretende que se desenvuelva a su capricho, y cree de poderlo someter a las leyes de otros fenómenos conocidos, sin comprender que, para hechos nuevos, pueden y deben haber leyes nuevas?



Ahora, para descubrir estas leyes, ocurre estudiar las circunstancias en las cuales los hechos se desenvuelven, y un tal estudio no puede ser más que el fruto de una observación perseverante, cuidadosa, y, con frecuencia, muy larga.

Algunos objetan que en estos fenómenos con frecuencia se han descubierto trucos. En primer lugar, le preguntaremos a estas personas si se encuentran totalmente seguras de cuanto afirman, o si, quizá, no han tomado por truco un efecto cualquiera el cual no sabían como interpretarlo, al igual que aquel aldeano que tomaba un doctísimo físico en el acto de realizar sus experiencias por un hábil escamoteador. Pero después, aún admitido que, realmente, alguna vez ocurra el engaño, sería esto un motivo para negar los hechos? Es preciso, por lo tanto, renegar de la física, porque algunos prestigiosos abusaron de su nombre?

Por otra parte, es preciso tener en cuenta, también, el carácter de las personas, y el interés que podrían tener en la tergiversación de los resultados. Sería, quizá, una broma? Se entiende que hay, siempre, quien quiere, por algún tiempo, divertirse; pero, una comedia prolongada resultaría incomoda tanto para una parte como para la otra.

Del resto, un engaño que pudiese difundirse de una punta a otra del globo, y entre las personas más serias, autorizadas e iluminadas, sería, por lo menos, un hecho tan extraordinario como el mismo fenómeno del cual tratamos.

IV

Si los fenómenos de los cuales nos ocupamos se fuesen limitados al movimiento de objetos, habrían podido tener explicaciones por las ciencias físicas, pero no fue así; debían, poco a poco, revelarnos hechos verdaderamente extraordinarios. Se advierta, no sabemos en cual modo, que el impulso dado a los objetos no era efecto de una fuerza mecánica ciega, sino indicaba la intervención de una causa inteligente. Abierta que fue esta vía, se encontró un campo de observaciones del todo nuevo, y se quitó el velo a muchos misterios.

Pero, en estos fenómenos existe, propiamente, una causa inteligente?

Y, después, si esta causa inteligente existe, de qué naturaleza es? Cuál es su origen?

Se trata de una entidad superior a la inteligencia humana? Estas son las otras cuestiones que constituyen la consecuencia lógica de la primera.

Las primeras manifestaciones inteligentes tuvieron lugar por medio de pequeñas mesas, que, elevándose de un lado y batiendo con uno de los pies un determinado número de golpes, respondían a la pregunta con un sí o con un no, según la convención acordada.

Hasta aquí, ninguna prueba evidente para los escépticos, por cuanto todo esto podía ser pura casualidad. Pero, seguidamente, se obtuvieron respuestas precisas con las letras del alfabeto; la mesa batía un número determinado de golpes, correspondiente al número de orden de cada letra, y de esta manera dictaba palabras y proposiciones, que respondían a las preguntas hechas.

La precisión de las respuestas, su perfecta correlación con las preguntas, causaron maravilla.

Interrogado en relación con la naturaleza, el ser misterioso que respondía en aquel modo, declaró ser un “espíritu”, se dio un nombre, y proporcionó informaciones sobre su estado. Esta es una circunstancia importantísima y digna de ser notada, por cuanto de ella resulta que nadie había recurrido a la hipótesis de los Espíritus para explicar el fenómeno, sino que, en cambio, fue el ente comunicante a sugerir aquella palabra.

Si en las ciencias exactas se hacen, con frecuencia, hipótesis, para tener una base de razonamiento, en nuestro caso no fue de esta manera.

Pero, esta manera de comunicación era larga e incomoda. El mismo Espíritu, y esta es la segunda circunstancia que es preciso tener en cuenta, sugirió otra manera más expedita, aconsejando de adaptar un lápiz a una cestita. La cestita, colocada sobre una hoja de papel, es puesta en movimiento por la misma fuerza oculta que hace mover las mesas, y en tanto el lápiz, movido por una mano invisible, escribe las letras, formando palabras, y frases, y enteros discursos de muchas páginas, tratando las más sublimes cuestiones de filosofía, de moral, de metafísica, de psicología, y temas similares, con tanta rapidez, como si se escribiese con la mano.

Este consejo fue repetido contemporáneamente en América, en Francia, y en muchos otros países. Estas son las palabras con las cuales fue dado a París, el día 10 de junio de 1853, a uno de los más fervientes cultores de la nueva doctrina, que ya, desde hacía varios años, es decir, desde 1849, se aplicaba a evocar a los Espíritus: -“Anda a tomar en la habitación contigua una cestita que allí hay, amárrale un lápiz, ponlo sobre el papel, y ten los dedos sobre los bordes”-.

Pocos momentos después, la cestita comenzó a moverse, y el lápiz escribió de manera legible estas palabras: -“Cuanto ahora os he dicho no quiero que lo digáis a alguien. La primera vez que volveré a escribir, lo haré mejor”-.

Ahora, dado el objeto, al cual se amarra el lápiz, no es otra cosa más que un soporte, y poco importa su naturaleza y su forma, se buscó otro más cómodo, y muchos utilizan, a tal fin, una tablilla.

Pero, sea tablilla o cestita, el medio no se mueve sino bajo la influencia de ciertas personas dotadas de una facultad especial, y estas personas son designadas como médiums, es decir, intermediarios entre los Espíritus y los seres humanos.

Las condiciones de las cuales depende esta facultad son determinadas, al mismo tiempo, por razones físicas y morales hasta hoy poco notas, por cuanto se encuentran en cada edad, en cada sexo, y en los grados más variados de cultura y de desarrollo intelectual. La mediumnidad, del resto, se desarrolla y mejora con el ejercicio.

V

Con el correr del tiempo se reconoció que cestita o tablita no eran otra cosa, en realidad, que un simple apéndice de la mano; por lo que, tomando el medium, sin más, el lápiz, se puso a escribir bajo un impulso involuntario y casi febril. Con este medio las comunicaciones se transformaron en más rápidas, fáciles y completas, y este medio, hoy, es tan común, cuanto que se incrementa, de día en día, el número de las personas dotadas de esta facultad.

La experiencia, seguidamente, hizo conocer mucha otras especies de facultades mediumnicas, y se aprehendió que las comunicaciones podían obtenerse, igualmente, o bien por medio de la palabra del médium, o del oído, de la vista y del tacto, y, aún, sin el concurso de la mano del medium, es decir, mediante la escritura directa de los Espíritus.

Obtenido, en esta nueva manera, el fenómeno, quedaba por verificar un punto esencial, es decir, la influencia que puede ejercer el medium en las respuestas, y su inherencia mecánica y moralmente. Dos circunstancias capitales, que no debería escapar, en ningún modo, a un observador experimentado, pueden eliminar toda duda.

La primera de estas circunstancias es la manera con la cual la cestita se mueve con la sola inerte imposición de los dedos del medium sobre sus extremos. Un examen, aún superficial, permite comprender, enseguida, la imposibilidad de imprimirle una determinada dirección. Esta imposibilidad, luego, se transforma en absoluta, cuando dos o tres personas juntas ponen sus dedos sobre la misma cestita, porque sería necesaria, en ellos, una uniformidad de movimientos, sin duda, imposible, y, además de esto, una total concordancia de pensamiento para poderse entender en torno a las respuestas que deben darse a las preguntas que se hacen.

Otro hecho digno de ser tomado en gran consideración es el cambio radical de la escritura, que se verifica cada vez que cambia el Espíritu comunicante, y que se reproduce en la forma precedente, cuando el primer ente regresa. Sería preciso que, cada medium se hubiese ejercitado en transformar su caligrafía de cien maneras diferentes, y a recordarse de las características especiales que él le habría atribuido a uno u otro Espíritu.

La segunda circunstancia sobre la cual conviene detenerse para reflexionar resulta de la naturaleza misma de las respuestas, las cuales, normalmente, y de manera especial cuando se trata de cuestiones abstractas o científicas, son del todo extrañas a las cogniciones del medium, y con frecuencia, muy superiores a su capacidad intelectual. Él, del resto, la mayor parte de las veces no tiene conciencia de lo que se escribe por su intermedio, y casi siempre no entiende el tema propuesto, por cuanto puede ser hecho o mentalmente o en una lengua que él no conoce, y se note que, alguna vez, su mano escribe la respuesta en la misma lengua.

Sucede, en fin, con mucha frecuencia, que la tablita escriba espontáneamente, sin pregunta precedente, sobre cualquier argumento del todo inesperado.

Estas respuestas, en ciertos casos, tienen una tal impronta de sabiduría, de doctrina y de oportunidad, y contienen pensamientos tan nobles y sublimes, que no pueden provenir que de una inteligencia superior, y de moralidad purísima y elevadísima.

En otros casos, al contrario, las respuestas son tan ligeras, tanto frívolas, y con frecuencia, también, tan triviales, que la razón rechaza que puedan ser originadas por la misma fuente. Tal diferencia de lenguaje no se puede explicar sino por la diversidad de inteligencias que se manifiestan.

Pero estas inteligencias son humanas, o lo son fuera de la humanidad?

Este es el punto que se debe aclarar, y de eso se encontrará la explicación en el presente libro, tal cual ha sido dictada por ellos.

Tenemos, por lo tanto, algunos hechos que no se pueden poner en duda, y que se producen fuera del círculo de nuestras observaciones. Estos hechos no se desenvuelven en el misterio, sino a plena luz, que todos pueden ver y verificarlos, y no son privilegio exclusivo de pocos, sino de miles y miles de personas, que los han observado, los repiten todos los días y los confirman.

Estos hechos tienen, naturalmente, una causa, y dado que revelan la acción de una inteligencia y de una voluntad, salen del campo puramente físico. Para explicarlos se han inventado muchas teorías, que nosotros, seguidamente, examinaremos, y veremos si son suficientes para explicarlos todos. Primero, pero, comencemos admitiendo la existencia de los seres distintos de la humanidad, siendo esta la explicación dada por las mismas inteligencias que se manifiestan, y veamos cuales son sus enseñanzas.

VI

Los seres que comenzaron con nosotros de la manera que hemos expuesto, se dan el nombre de Espíritus, y muchos de ellos dicen de haber animado el cuerpo de personas que han vivido sobre la tierra. Ellos constituyen el mundo espiritual, al igual que nosotros, durante nuestra vida terrena, constituimos el mundo corpóreo.

Recapitulemos, en pocas palabras, los puntos principales de la doctrina que nos han transmitido, para responder más fácilmente a algunas objeciones.

I. -“Dios es eterno, inmutable, inmaterial, único, omnipotente, supremamente justo y bueno.

II. -“Él ha creado el universo, que comprende todos los seres animados e inanimados, materiales e inmateriales.

III. -“Los seres materiales constituyen el mundo visible o corpóreo, y los seres inmateriales el mundo invisible o de los Espíritus.

IV. -“El mundo de los Espíritus es el mundo normal, primitivo, eterno, preexistente o sobreviviente a todo.

V. -“El mundo corpóreo es secundario: podría cesar de existir o no haber existido jamás, sin alterar la esencia del mundo de los Espíritus.

VI. -“Los Espíritus asumen, temporalmente, una envoltura material caduca, cuya destrucción, con la desencarnación, los restituye a la libertad.

VII. -“Entre las diversas especies de seres corpóreos Dios ha elegido la especie humana para la encarnación de los Espíritus que han alcanzado un determinado grado de desarrollo, lo cual le confiere, a esta especie, una gran superioridad moral, e intelectual, sobre todas las otras.

VIII. -“El alma, -o periespíritu, une al Espíritu con el cuerpo, que es su envoltura.

IX. -“En el ser humano hay tres cosas: -a) El cuerpo, substancia material análoga a la de los animales, y animada del mismo principio vital. -b) El Espíritu, substancia inmaterial, encarnado en el cuerpo. –c) El alma, o periespíritu, ligamen que une el Espíritu y el cuerpo, principio intermedio entre la materia y el Espíritu.

X. –“El ser humano tiene dos naturalezas: por el cuerpo participa de la naturaleza de los animales, de quienes tiene los instintos; por el Espíritu, de la espiritual.

• COMENTARIO EXEGÉTICO GIC: El Espíritu, emana a la conciencia, en un momento dado, del Creador Universal, formado de su misma naturaleza espiritual, eterno e inmortal, y dotado de sus mismos atributos o valores universales, impresos en su conciencia, en estado potencial, como ley cósmica, siendo esa conciencia una réplica exacta de la del creador. Por medio de esa conciencia, se realiza la comunicación entre el Creador y el ser, utilizando el lenguaje de los sentimientos que corresponden a cada valor universal, del cero grado al infinito, vehículo que utiliza el Supremo Artífice para cumplir sus funciones de Gran Pedagogo Universal, mediante sus inspiraciones en la conciencia del ser individual, y colectivamente, en los cuatro reinos naturales.

XI. El alma, o periespíritu, que mantiene unido el cuerpo y el Espíritu, es una especie de envoltura semi-material. Después de la desencarnación, mediante la cual se disuelve la envoltura material, el Espíritu conserva la segunda, que le sirve de cuerpo etéreo, invisible para nosotros en el estado normal, pero que puede rendirse, en determinadas circunstancias, visible, y también, tangible, como ocurre en los fenómenos de apariciones.
XII. –“Como consecuencia de esto, el Espíritu no es un ser abstracto, indefinido, concebible sólo por el pensamiento; sino real, circunscrito, que algunas veces entra en el campo perceptivo de la vista, del oído y del tacto.

XIII. –“Los Espíritus pertenecen a diferentes categorías, y no son iguales, ni en potencia, ni en inteligencia, ni en saber, ni en moralidad. Los del primer orden, es decir, los Espíritus superiores, se distinguen de los demás por sus cogniciones, proximidad a Dios, pureza de sentimientos y amor al bien; son los Espíritus puros. Las otras categorías, se distancian, grado a grado, de esta perfección. Las de orden inferior, están sujetas a la mayor parte de nuestras pasiones, como al odio, a la envidia, a los celos, al orgullo, y se complacen del mal. En este número los hay de aquellos que no son ni buenos ni malos, ni del todo malos: intrigantes e inoportunos, más bien que malvados; parecen imbuidos de malicia y de contradicciones: son los Espíritus ligeros o traviesos.

XIV. –“Los Espíritus no permanecen perpetuamente en la misma categoría. Todos mejoran pasando por los diferentes grados de la jerarquía espirita. Este mejoramiento se lleva a cabo por medio de la encarnación que algunos asumen como expiación, otros como prueba, y otros, aún, como misión. La vida material es una prueba por la cual deben pasar muchas veces, hasta que hayan alcanzado un determinado grado de perfección: es una especie de crisol, del cual salen más o menos purificados.

XV. –“Abandonado el cuerpo, El Espíritu vuelve a entrar en la dimensión espiritual, de la cual había salido, para reemprender una nueva existencia material después de un espacio de tiempo más o menos largo, durante el cual queda en el estado de Espíritu libre.

XVI. Por cuanto el Espíritu debe pasar por varias encarnaciones, todos nosotros hemos tenido varias encarnaciones, y tendremos otras en diferentes grados de progreso, bien sea en la tierra o en otros mundos.

XVII. –“La encarnación de los Espíritus tiene siempre lugar en la especie humana. Sería un error creer que el Espíritu pueda encarnarse en el cuerpo de un animal.

XVIII. –“Las diversas existencias corpóreas de los Espíritus son siempre progresivas, y jamás retrógradas; pero la rapidez del progreso depende de los esfuerzos que hacen para alcanzar la perfección.

XIX. –“Las cualidades del ser humano son las del Espíritu encarnado, es decir, la persona virtuosa, es la encarnación de un Espíritu bueno, y la perversa, la de un Ente impuro.

XX. –“El Espíritu tenía su propia individualidad antes de encarnarse. y la conserva, también, después de la separación del cuerpo.

XXI. –“A su regreso a la dimensión espiritual, el Espíritu vuelve a encontrar a todos aquellos que ha conocido en sus precedentes existencias, y estos se le presentan claramente, y con precisión, con el recuerdo de todo el bien y el mal que les ha hecho.

XXII. –“El Espíritu encarnado está sujeto a la influencia de su materia. La persona que se libera por la elevación y la pureza del Espíritu, se acerca a los buenos Espíritus con los cuales estrechará vínculos en mayor grado.

XXIII. –“La persona que, al contrario, se deja dominar por las bajas pasiones, y cifra su alegría en satisfacer sus apetitos groseros, se acerca a los Espíritus impuros, cediendo el campo a la naturaleza animal.

XXIV. –“Los Espíritus encarnados habitan diferentes globos del universo.

XXV. –“Los Espíritus no encarnados, o libres, no ocupan una región determinada o circunscrita: están en todas partes, en el espacio y a nuestro lado, nos ven y nos siguen continuamente, formando una población invisible, que se desenvuelve en nuestro entorno.

XXVI. –“Los Espíritus ejercitan sobre el mundo moral, y también sobre el corpóreo, una influencia perenne; actúan sobre la materia y los pensamientos, y forman una de las fuerzas de la naturaleza, que es la causa eficiente de una cantidad infinita de fenómenos hasta ahora incomprensibles, o incorrectamente explicados, y que encuentran una solución racional, únicamente, en el Espiritismo.

XXVII. –“La relación de los Espíritus con los seres humanos son continuas. Los buenos nos estimulan al bien, nos sostienen en las pruebas de la vida, y nos ayudan a soportarlas con coraje y resignación; los inferiores nos inducen al mal, y gozan cuando ven que se sucumbe y se les asemeja a ellos.

XXVIII. –“Las comunicaciones de los Espíritus con los seres humanos son ocultas o tangibles. Las ocultas tienen lugar por medio de la influencia buena o mala que ellos, sin darnos cuenta, ejercitan sobre nosotros, con las buenas o malas inspiraciones, las cuales, con el propio juicio, debemos discernir. Las comunicaciones tangibles se producen por medio de la escritura, de la palabra o de otras manifestaciones materiales, las más de las veces por medio de los médiums, de quienes se sirven como de instrumentos.

XXIX. –“Los Espíritus se manifiestan espontáneamente, o por efecto de evocación. Pueden evocarse todos los Espíritus, tanto aquellos que han animado seres humanos oscuros, como los de personajes más ilustres, en cualquier tiempo que hayan vivido, y los de nuestros familiares, amigos o enemigos, y obtener, con comunicaciones escritas, o verbales, consejos, aclaraciones sobre su estado en la dimensión espiritual, sobre sus pensamientos en relación con nosotros, así como aquellas revelaciones que les son permitidas.

XXX. –“Los Espíritus son atraídos en razón de su simpatía por la naturaleza moral de las personas que las evocan. Los Espíritus superiores se complacen de las reuniones serias, en las cuales predomina el amor al bien y el deseo sincero de instruirse y mejorarse. Su presencia aleja a los Espíritus inferiores, los cuales, al contrario, tienen libre acceso, y pueden actuar con plena libertad ente las personas frívolas, o impulsadas por simple curiosidad, y en general, en donde se encuentran instintos menos depurados. En vez de obtener buenos consejos y enseñanzas útiles, no se recaba más que frivolidades, falsedades, bromas de mal gusto y engaños, por cuanto, frecuentemente, asumen nombres venerables para mejor inducirnos en error.

XXXI. –“Pero, es facilísimo distinguir los Espíritus buenos de los malos: el lenguaje de los primeros es siempre digno, noble, imbuido de sublime moralidad, libre de toda baja pasión. Sus consejos inspiran gran sabiduría, y tienden, siempre, a nuestro mejoramiento y al bien de la humanidad. El de los segundos, en cambio, es desconsiderado, frecuentemente trivial, y, también, rústico. Si alguna vez dicen cosas buenas o verdaderas, las dicen, muy seguido, falsas y absurdas, por malicia o por ignorancia. Toman a juego la credulidad y se divierten a costa de quienes les interrogan, adulándoles la vanidad, y alentándoles los deseos con falsas esperanzas. Comunicaciones serias en todo el sentido de la palabra no se obtienen sino en las reuniones formales, donde reina una íntima comunión de pensamientos en la obtención del bien.

XXXII. –“La moral de los Espíritus superiores se compendia, como la de Jesús, en el aforismo: Hacer a los demás lo que, razonablemente, quisiéramos que nos fuese hecho a nosotros; lo que significa: Hacer siempre el bien, jamás el mal. El ser humano encuentra en este principio la regla universal, la norma para cada uno de sus actos.

XXXIII. –“Los Espíritus buenos nos enseñan: -a) Que el egoísmo, el orgullo y la sensualidad, son pasiones que nos acercan a la naturaleza animal y nos ligan a la materia; –b) Que el ser humano, el cual en esta vida se desapega de la materia, despreciando las vanidades mundanas y amando a sus semejantes, se aproxima a la naturaleza espiritual; –c) Que cada uno de nosotros debe rendirse útil a los demás según las facultades y los medios que Dios le ha dado para probarle; -d) Que los fuertes y los poderosos deben sostener y proteger a los débiles, por cuanto, quien abusa de su fuerza y de su potencia para oprimir a su semejante, transgrede la ley de Dios; -e) Que en el mundo de los Espíritus ninguna cosa puede quedar oculta, el hipócrita será desenmascarado y todas sus torpezas descubiertas; -f) Que la presencia inevitable y continua de todos aquellos hacia los cuales hayamos actuado mal, es uno de los más tremendos castigos que se nos ha reservado; -g) Que, en fin, en el estado de inferioridad o de superioridad de los Espíritus son inherentes insatisfacciones o alegrías, que nosotros ignoramos. Pero, nos enseñan, también, que no existen culpas irremisibles, las cuales no puedan ser canceladas con la expiación. El ser tiene la oportunidad, en las diversas existencias, de mejorarse en razón de sus deseos y de sus esfuerzos, y de avanzar, de esta manera, en la vía del progreso hacia la perfección, última y suprema meta”-.
Esta es, en síntesis, la doctrina espirita, la cual resulta de las enseñanzas de los Espíritus superiores. Veamos, ahora, las objeciones que se les anteponen.

VII

La oposición de las corporaciones científicas es, para muchos, si no una prueba, por lo menos una presunción en contra del Espiritismo.

Nosotros, ciertamente, no somos de quienes desprecian los científicos, que, más bien, los tenemos en gran consideración y estimaremos un honor tenerlos de nuestra parte; pero, todavía, su opinión no siempre se debe considerar como un juicio inapelable.

Cuando la ciencia sale del campo de la observación y se entra en el ámbito de las apreciaciones y de las explicaciones, se abre el campo a las conjeturas, y cada quien se cree autorizado a anteponer su pequeño sistema buscando de hacerlo prevalecer, sosteniéndolo férreamente. No vemos, quizá, hoy día, las más dispares opiniones antes promulgadas como verdades dogmáticas y después puestas en el bando de los errores rudimentarios? No vemos las grandes verdades antes rechazadas como absurdos y después universalmente aceptadas y exaltadas?

Los hechos, constituyen el único, y verdadero, soporte para sustentar nuestros juicios, el solo argumento sin réplica. Cuando ellos falten, la duda es la opinión del prudente.
En las cosas notorias la opinión de los doctos hace fe, y esto con razón, por cuanto ellos saben más y mejor que el vulgo; pero, tratándose de principios nuevos y de cosas ignotas, su modo de ver las cosas debe, siempre, considerarse como una hipótesis, por cuanto, también ellos, al igual que cualquier otro humano, no se encuentran exentos de preconceptos, y, más bien, se puede decir que el docto tiene, quizá, más prejuicios de cualquier otro, por cuanto una propensión instintiva le lleva a medir cada cosa con la matriz de opiniones de sus estudios favoritos. El matemático no ve pruebas posibles que en una demostración algebraica; el químico, refiere todo a la acción de los elementos, y así sucesivamente. Las personas que se han dedicado a una rama especial de la ciencia, se agrupan y se infunden todas sus ideas; haced que salgan de su ámbito, y las veréis decir insensateces, por cuanto quieren fundir cada cosa en el mismo caldero, lo cual no es más que una consecuencia de la humana debilidad. Consultaremos, por lo tanto, voluntariamente, y con plena confianza, a un químico en torno a una cuestión de análisis; a un físico, sobre el fluido eléctrico; a un mecánico, en relación con una fuerza motriz; pero, ellos, nos permitirán, después, y esto sin mermar la estima que han sabido merecer con su doctrina especial, de no dar igual peso a sus juicios en torno al Espiritismo, como no lo haríamos con el juicios de un arquitecto en relación a una cuestión de música.

Las ciencias comunes se basan sobre las propiedades de la materia, que se puede experimentar y manipular mediante la propia iniciativa; los fenómenos espiritas, en cambio, se fundan sobre la acción de inteligencias que tienen la voluntad propia y que no dependen de nuestros propios caprichos. Por lo tanto, las observaciones en torno a estos fenómenos no pueden ser realizadas de igual modo que en las ciencias experimentales, y precisan condiciones especiales y un diverso punto de partida. Quererles subordinarles a nuestros ordinarios procesos de investigación sería establecer analogías que no existen. Por lo tanto, la ciencia, propiamente dicha, es, como tal, carente de competencia para juzgar en torno al Espiritismo: ella no debe ocuparse del mismo, y su juicio, sea cual fuere, no podría constituir autoridad sobre la materia.

El Espiritismo es el resultado de una convicción personal, que los científicos pueden tener como individuos, dejando de lado sus convicciones como científicos; pero, el pretender el sometimiento de la cuestión a la ciencia sería lo mismo que hacer decidir sobre la existencia del Espíritu a una asamblea de físicos y astrónomos. De hecho, el Espiritismo reside sobre la existencia del Espíritu y en su estado después de la desencarnación, y sería, por lo tanto, un gran error creer que un ser humano deba ser un gran metafísico, sólo porque es un gran matemático, o anatomista. Este último, en el examinar el cuerpo humano, busca el Espíritu, y porque no lo encuentra bajo su bisturí, al igual que se encuentra un nervio, o porque no le ve evaporar como un gas, deduce, por ello, que el Espíritu no existe, ni de esto sigue que él tenga razón en contra de la universal creencia.

Está claro que la ciencia común no puede arrogarse el derecho de sentenciar en torno al Espiritismo.

Cuando las creencias espiritas sean más difusas y aceptadas por las masas populares (la cual cosa, a juzgar por la rapidez con la que se propaga, no puede ser muy lejana), entonces ocurrirá con ellas lo que aconteció con todas las ideas nuevas, las cuales a los inicios tienen, siempre, encontradas oposiciones y contrastes: los doctos cederán a la evidencia, y se convertirán, uno a uno, por la fuerza misma de las cosas. Pero, mientras tanto, es intempestivo distraerles de sus valores especiales para obligarles a ocuparse de un argumento extraño a sus estudios, cometido y respectivo programa.

Todos aquellos que, privados de la experiencia necesaria en torno a este argumento, niegan decididamente y escarnecen a quien no acepta su juicio, olvidan que tocó de igual suerte a todos estos grandes descubrimientos de los cuales se honra la humanidad, y se exponen a ver sus nombres en la lista de los ilustres adversarios de las ideas nuevas, inscritos al lado de aquellos miembros de la docta asamblea que en 1752 acogió con clamorosas risas el invento de Franklin sobre los pararrayos, y juzgó aquella comunicación poco seria e indigna de serle presentada, y de aquella otra docta asamblea que más tarde hizo perder a Francia el primer beneficio de la navegación a vapor, declarando el sistema de Fulton una utopía irrealizable. Y aquellos eran argumentos científicos de su propia competencia!

Si, por lo tanto, aquellas academias, que contaban en su seno la flor y nata de los humanos doctos del mundo, no tuvieron más que burlas y sarcasmos por las ideas que ellos no comprendieron, pero que, después de pocos años triunfaron, aportando una verdadera evolución en la ciencia, en las costumbres y en las industrias, cómo esperar que una cuestión del todo extraña a sus estudios obtenga, hoy, mejor acogida?

Pero, aun cuando la historia no registrase hechos de tal grave incomprensión, como los que hemos referido, debemos creer que sea necesario un diploma oficial para tener buen sentido, y que, fuera de los sabios académicos la capa del cielo no cubra más que tontos e imbéciles?

Pasad en reseña los seguidores de la doctrina espirita y veréis que son todo menos idiotas, y que el número de personas de gran ingenio y de gran autoridad que la han aceptado no permite, por lo tanto, de relegarla entre las creencias vulgares. El carácter moral y el valor científico y literario de estos seres humanos, impone, expresamente, que se diga: ya que estos fenómenos vienen confirmados por personas de este nivel, es preciso, también, convenir que trata de cosas dignas de ser tomadas en serio.

Es preciso repetirlo, si los hechos de los cuales hablamos se hubiesen limitado al movimiento mecánico de algunos cuerpos, la búsqueda de la causa física del fenómeno le correspondería de pleno derecho a la ciencia; pero, ya que se trata de manifestaciones que se encuentran fuera de las leyes de la humanidad, la ciencia material no es más competente para juzgarlas, por cuanto no puede dar la explicación ni por vía de cifras, ni por vía de una fuerza mecánica.

Cuando ocurre un hecho nuevo que no entra en el campo de una ciencia conocida, el docto, para investigarlo, debe poner aparte el sistema de su escuela, y persuadirse de que aquello es un nuevo estudio, el cual, evidentemente, y razonablemente, no se puede hacer con ideas preconcebidas.

El ser humano que cree infalible su razón está ya, por esto, muy cerca del error. También aquellos que tienen las ideas más falsas se apoyan siempre sobre la razón, y por lo tanto rechazan todo aquello que a ellos les parece imposible. Quienes rechazaron, un día, los admirables descubrimientos de los cuales, ahora, la humanidad se enorgullece, hacían, también ellos, énfasis en la razón para repudiarles.

Hoy, como entonces, lo que se quiere denominar como razón, no es más que, con frecuencia, orgullo encubierto. Ahora como antes, quienquiera que crea en su infalibilidad es un iluso que se reputa igual a Dios.

Nosotros, por lo tanto, nos dirigimos a quienes, con verdadera prudencia, dudan de lo que no han visto, pero que, juzgando el porvenir a partir del pasado, no creen que el saber del ser humano haya alcanzado el límite externo, ni que la naturaleza volteara para ellos la última página de su libro.

VIII

El estudio de la doctrina espirita, que nos transporta de repente a un nuevo orden de cosas, de tanta trascendencia, no puede iniciarse con provecho sino por personas serias, perseverantes, libres de prejuicios, y animados de un propósito firme, sincero, de alcanzar la meta. Nosotros, por nuestra parte, no podemos considerar tales quienes con imperdonable ligereza juzgan a priori sin haber observado todo, dejando de poner en sus investigaciones la perseverancia, la regularidad y el recogimiento, que son tan necesarios. Mucho menos podremos considerar como serios a quienes que, por no afectar su fama de gente de espíritu, se la ingenian para encontrar un lado burlesco también en las cosas más graves e importantes., o que, por lo menos, son considerados tales por personas cuyo carácter y convicciones le da el derecho al respeto de quienes quieren merecer el título de personas educadas. Quien, por lo tanto, considere los hechos de los cuales tratamos indignos de sí, y de su atención, se abstenga de ocuparse de los mismos; pero, dado que nadie piensa a violentar sus creencias, sepa, por lo menos, respetar las de los demás.

Estudio grave y ponderado es, ú
nicamente, aquel que se cumple con asiduidad. Existe, quizá, razón para maravillarse si, con frecuencia, no se obtienen respuestas sensatas a ciertas preguntas, las cuales, por cuanto serias sean en si mismas, todavía son realizadas a oscuras, y se aventuran, descuidadamente, entre otras cien absurdas y ridículas?



Por otra parte, una cuestión, con frecuencia es compleja, por la cual cosa, mientras tanto sea definida, requiere que se definan otras preliminares o complementarias. Quien desea profundizar en una ciencia, debe estudiarla con método, comenzando por los rudimentos, y seguir la concatenación y el desarrollo de las ideas. Quien al azar dirigiese una pregunta a un docto que ignorase los principios más elementares, no podría tener una respuesta adecuada. El científico mismo, aunque animado por la mejor voluntad, no podría dar una respuesta satisfactoria. Cualquier respuesta, por lo aislada, no podría dejar de resultar incompleta, y por lo tanto, incomprensible, con el riesgo de parecer absurda y contradictoria. Lo mismo ocurre en las relaciones que establecemos con los Espíritus. Si queremos instruirnos en su escuela, es necesario asistir a un curso entero de lecciones; pero, al igual que solemos hacer en otras circunstancias de la vida, ayudará el saber escoger los maestros y trabajar con asiduidad.

Hemos ya dicho que los Espíritus superiores intervienen sólo a las reuniones serias, y, especialmente, en aquellas en las cuales domina una perfecta comunión de pensamientos y de sentimientos, animados por el deseo del bien. Las ligerezas y las cuestiones de poca o de ninguna importancia, al igual que entre los humanos alejan a la gente razonables, de la misma manera alejan, en las sesiones espiritas, las inteligencias superiores, en cuyo caso queda el campo libre a la turba de los Espíritus mentirosos, frívolos, burlones, que se encuentran, siempre, pendientes de la ocasión para burlarse, y divertirse, a expensa de los participantes. Y cuál éxito se puede esperar en tales reuniones a una pregunta seria? Obtendrá respuesta; pero, de quién? Sería como si en medio de un grupo de jóvenes festivos alguno pensase de preguntar: Qué es el Espíritu? Qué es la desencarnación?
Si queréis tener respuestas serias, sed serios vosotros mismos en todo el significado de la palabra; entonces, de esta manera obtendréis resultados importantes. Sed lo más que podáis laboriosos y perseverantes en vuestros estudios, de otra manera los Espíritus superiores os abandonarán, al igual que el maestro abandona a los alumnos negligentes.

IX

El movimiento espontáneo de algunos objetos inertes es un hecho notorio e innegable; queda, sólo por ver si en este movimiento hay o no una manifestación inteligente, y cual es su origen.

Nosotros, aquí, no hablaremos del movimiento inteligente de algunos objetos, ni de las comunicaciones verbales, ni de aquellas que son escritas directamente por el medium, por cuanto este tipo de manifestaciones, si bien son evidentes para quienes las han observado e investigado profundamente los fenómenos, no parecen, a simple vista, suficientemente independientes de la voluntad del medium, y dejan, siempre, algunas dudas en un observador que se inicia.

Nos limitaremos a hablar de las escrituras obtenida por medio de algún objeto al cual haya sido adaptado un lápiz, como una tablilla, una cestita y similares, por cuanto la manera en la cual los dedos del medium deben apoyarse sobre la misma, rinde del todo imposible, aún a la mano más experta y ejercitada, imprimirle movimientos tales que puedan trazar determinados caracteres. Y, por otra parte, también admitiendo que con habilidad extraordinaria se pueda inducir a engaño al ojo más agudo y sagaz, cómo explicar la naturaleza de las respuestas, cuando son diferentes de todas las ideas y de todas las cogniciones del medium, como cuando, por ejemplo, su mano, de todo ignaro de letras, escribe con gran celeridad sublimes poesías de indescriptible pureza, que los más ilustres autores no despreciarían de aceptar como propias? Y, se observe que no se trata, ya, de pocos monosílabos o de pocas palabras, sino de muchas páginas escritas con una rapidez maravillosa, bien sea espontáneamente, como sobre un tema preestablecido.

Lo que, posteriormente, acrecienta la importancia de estos fenómenos, es el hecho que, ellos, se reproducen por todas partes, y que los médiums se multiplican al infinito. Pero, estos hechos, son reales, o no? A esta duda, respondemos una sola cosa: mirad y observad; las ocasiones no os faltarán. Prestad atención, pero, de observar frecuentemente, por largo tiempo, y en las debidas condiciones.
-Qué responden a la evidencia de los hechos los opositores? Nos dicen: Vosotros sois víctimas de la charlatanería, juguete de una ilusión.

Pero, nosotros nos permitimos de observar que la palabra charlatanería no tiene sentido donde no hay provecho; los charlatanes, por lo que nosotros sabemos, no ejercitan gratuitamente su arte. Podría tratarse, por lo tanto, a lo sumo, de una inocente comedia. Pero, entonces, en virtud de cual extraña combinación estos comediantes se habrían puesto de acuerdo de una parte a otra del mundo, para producir los mismos efectos, y para dar sobre los mismos argumentos y en idiomas diferentes, idénticas respuestas, si no en cuanto a las palabras, por lo menos en lo relativo al sentido de las mismas? Por qué tantas personas honestas, serias, dignas y doctas, se prestarían a estas maniobras y con cuál finalidad? Cómo explicar que se encuentre hasta en los niños y en los ignorantes la paciencia y la habilidad necesarias al respecto? Aún cuando no se quiera admitir que los médiums son simples instrumentos del todo pasivos, es preciso, necesariamente, admitir, en ellos, aptitudes y cogniciones incompatibles con determinadas edades y con ciertas condiciones sociales.

En cuanto, después, a la otra afirmación, es decir, que si no hay engaño, puede, perfectamente, haber un juego de ilusión, respondemos que: A querer seguir los dictámenes de la lógica, a la cualidad de los testigos se debe, también, atribuir una cierta importancia. Es, por lo tanto, el caso de preguntar si la doctrina espirita, la cual hoy aglutina a sus adherentes por millones, los capta, quizá, exclusivamente entre los ignorantes?

Los fenómenos sobre los cuales la doctrina espirita se fundamenta, son de tal manera extraordinarios, que es natural que hagan nascer ciertas dudas; pero, lo que no podemos comprender es la pretensión de algunos incrédulos que se atribuyen el monopolio del buen sentido, y sin ningún miramiento a la conveniencia y al respeto debido a los adversarios, consideran, sin duda, como imbéciles a todos aquellos que disienten de ellos. Para cualquiera que tenga una pizca de sentido común, el parecer de las personas cultas que han visto, estudiado, y meditado por largo tiempo sobre una cuestión, será, siempre, si no una prueba, por lo menos una presunción a favor de la importancia de la cosa en sí, si no por otra cosa, por el hecho que ella atrae la atención de personas serias, las cuales no tienen ni el interés de propagar un error, ni el tiempo para perder en cosas frívolas.

X

Entre las objeciones que se hacen, las hay de las mejores, por lo menos en apariencia, por cuanto, no por otra cosa, han sido deducidas por la observación, y antepuestas por personas serias.
Una de estas objeciones es derivada del lenguaje que ciertos Espíritus, que, frecuentemente, no es conveniente a la elevación que se supone deba haber en seres espirituales. Pero, quien quiera revisar el resumen de la doctrina que hemos ya expuesto, encontrará que los mismos Espíritus nos enseñan que ellos no son todos iguales, ni en cogniciones ni en moralidad, y que no se debe aceptar, ciegamente, todo lo que ellos dicen. Quien tiene sensatez sabe distinguir lo bueno de lo malo. Aquellos que, después que de esto derivan la consecuencia que nosotros debemos tratar con seres maléficos, que no tienen otro propósito que inducirnos al engaño, ignoran las comunicaciones que, frecuentemente, se tienen en las reuniones donde se manifiestan Espíritus superiores, de otra manera, no pensaría así. Es, en verdad, lamentable, que la casualidad le haya resultado tan mal, de no mostrarles más que el lado negativo del mundo espiritual, ya que no queremos ni siquiera suponer que una cierta afinidad le haya atraído aquellos Espíritus burlones o falsos, y aquellos cuyo lenguaje repugna por su vulgaridad.

Pero, juzgar la cuestión de los Espíritus por a la vista parcial de estos hechos, sería tan ilógico, como el juzgar el carácter de un pueblo por lo que se dice o hace en una asamblea de unos cuantos aturdidos o de gente de dudable reputación, en la que no participan ni los sabios ni las personas sensatas. Estos se encuentran en la misma condición de aquel forastero, quien, llegando en una esplendida capital por el más feo suburbio, juzgase a todos los habitantes por las costumbres y el lenguaje que tienen los de aquel ínfimo sector. También en el mundo de los Espíritus hay una sociedad buena y otra de inferior progreso. Tomaos el interés de estudiar lo que sucede entre los Espíritus elevados, y quedaréis convencidos de que en la dimensión espiritual encierra otra cosa muy diferente que el refugio del pueblo.

Pero, alguno podrá decir: Los Espíritus elevados, vienen en medio de nosotros? A lo que respondemos: No os paréis en el suburbio; mirad, observad y después, juzgaréis. Los hechos están allí para todos, a menos que no se deban aplicar a vosotros estas palabras de Jesús: Tienen ojos y no ven; oídos, y no oyen.
Una variante de esta opinión no ve en las comunicaciones y en todos aquellos fenómenos materiales del Espiritismo que la obra de una potencia diabólica, nuevo Proteo, que revestiría variadísimas formas para mejor engañarnos. Por cuanto no creemos esta opinión digna de ser tomada en cuenta, no nos detendremos mucho sobre ella, especialmente porque a refutarla basta lo que ya hemos dicho. Agregamos solo que, si así fuese, convendría creer o que el diablo tal vez sea muy sabio, razonable y moral, o que existan, también, buenos diablos. Cómo creer que Dios pueda permitir al Espíritu del mal de manifestarse para inducirnos a la perdición, y no nos conceda, por otra parte, como contrapeso, los consejos de los buenos Espíritus? Si no pudiese, sería un defecto de fuerza; si pudiese y no lo hiciese, sería incompatible con su bondad: dos grandes blasfemias. Se advierta, por otra parte, que admitir las comunicaciones de los Espíritus del mal sería reconocer la realidad de las manifestaciones, y si son reales, no pueden suceder sin el permiso de Dios, y no se podría afirmar sin impiedad que Él permite el mal y prohíbe el bien. Una tal afirmación es contraria a las más simples nociones del buen sentido y de la moralidad.

XI

Objetan, algunos, que es algo muy extraño que, en las manifestaciones se nombren, normalmente, Espíritus de personajes notables, y solicitan la razón por la cual se comunican, mayormente, sólo estos.

Es, esto, un error que nace, como muchos otros, de una imperfecta observación.

Entre los Espíritus que vienen a nosotros espontáneamente, mucho más que de los ilustres, los hay de los ignotos, que se presentan con un nombre cualquiera, y, con frecuencia, con uno alegórico, o característico. En cuanto a los Espíritus que vienen evocados, a menos que no se trate de un pariente o de un amigo, es natural orientarse, más bien, a los conocidos que a los desconocidos. Y, dado que los nombres de las personas célebres atraen, mayormente, nuestra atención, se deriva que se notan con preferencia de otros.

Muchos encuentran extraño que los Espíritus de las personas célebres se dignen de acudir, familiarmente, a nuestro llamado, y se ocupen, alguna vez, de cosas de cosas muy mezquinas en relación con las que ellos cumplieron en su vida terrestre. Pero esto no maravilla a quienes saben que la potencia y la consideración de las cuales estos seres gozaron en la tierra, no siempre les otorga, a ellos, una posición privilegiada en el mundo de los Espíritus, lo cual es confirmado por el aforismo: Los poderosos serán humillados, los humildes serán exaltados. Esto deberá entenderse respecto al grado que cada uno de nosotros ocupará en la dimensión espiritual: de esta manera, aquel que ha sido el primero en la tierra podría estar allí entre los últimos, y aquel frente a quien inclinaban la cabeza mientras se encontraba en vida corpórea, puede regresar como el más humilde de los humanos, por cuanto al dejar esta existencia ha, también, dejado toda su grandeza: el más potente monarca, en el mundo de allá, puede despertarse inferior al más humilde de sus súbditos.

XII

Es un hecho demostrado por la observación y confirmado por los mismos desencarnados que los Espíritus inferiores usurpan, con frecuencia, nombres conocidos y venerados. Quién, por lo tanto, puede asegurarnos que aquellos que aseveran de haber sido, por ejemplo: Sócrates, César, Napoleón, Washington, y otros, hayan realmente animado el cuerpo de cada uno de estos personajes?

Una tal duda existe, también, entre algunos seguidores fervientísimos de nuestra doctrina, quienes admiten la intervención y las manifestaciones de los Espíritus, pero inquieren sobre las pruebas que podrían tener de su identidad. La reprueba, es por lo tanto, bastante difícil; pero si no se puede obtenerla de manera auténtica como para un acto de estado civil, ella, con la percepción de algunos indicios, se puede conseguir, si no en modo absoluto, por lo menos con suficiente factibilidad.

Cuando se manifiesta el Espíritu de alguno que nos es conocido personalmente, por ejemplo, un amigo, o un pariente, especialmente si ha desencarnado recientemente, ocurre, en general, que su lenguaje concuerda a la perfección con su carácter, y esto es, ya, un indicio de identidad; pero la duda no tiene más razón para existir cuando este Espíritu habla de cosas domésticas, y recuerda circunstancias de familia conocidas solamente por el interlocutor. Un hijo no se engaña, ciertamente, sobre el modo de hablar de su padre, o de su madre, ni los padres sobre aquel de sus propios hijos. En estas evocaciones íntimas ocurren, con frecuencia, particularidades extraordinarias y tales de convencer los más incrédulos. También escépticos endurecidos han quedado sorprendidos a estas inesperadas revelaciones.
A confirmar la identidad interviene otra circunstancia muy característica. Hemos ya dicho que la escritura del medium cambia, en cada caso, al hacerlo el Espíritu comunicante, la cual se reproduce, exactamente, cada vez que se presenta el mismo Espíritu. Ahora se ha observado miles de veces que, especialmente desencarnadas desde poco tiempo, la escritura del medium tiene una similitud maravillosa con la que la persona tenía en vida, y se han visto algunas firmas con perfecta precisión. Se tenga presente, que no entendemos dar este hecho como una regla, y mucho menos como constante: se refiere, únicamente, como algo digno de ser notado.

Solamente los Espíritus que han alcanzado un determinado grado de purificación son libres de toda influencia corpórea. Pero, cuando no se han desligado completamente de la materia, guardan la mayor parte de las ideas, de las tendencias y de las pasiones que tenían en la tierra. También esto es un medio para reconocerles además de una atenta y asidua observación que se puede siempre recabar de una cantidad de hechos y de minucias que se verifican. Por ejemplo, cuando los Espíritus de algunos escritores discuten sus propias obras o doctrinas aprobando o desaprobando algunas partes, u otros Espíritus recuerdan circunstancias ignoradas o poco conocidas de su vida o de su desencarnación, cosas, todas, que constituyen otras tantas pruebas morales de identidad, las únicas, en fin, que se pueden pretender en el campo de las cuestiones abstractas.

Si la identidad del Espíritu evocado puede, por lo tanto, ser probada hasta cierto punto, en muchos casos, no hay razón para negarla o ponerla en duda en los demás; y si para la persona desencarnada desde hace largo tiempo no existen los mismos medios de control, no faltan aquellos del lenguaje y del carácter moral, por cuanto, ciertamente, el Espíritu de una persona virtuosa no hablará jamás como el de un disoluto.

En cuanto a los Espíritus que para engañar se presentan con nombres venerables, ellos se traicionan muy rápido, en el hablar y en el contenido de sus pensamientos, como, por ejemplo, quien dijese ser Fenelon, y ofendiese, aunque fuese sólo circunstancialmente, el buen sentido y la moral, haría descubrir, enseguida, su engaño. Si al contrario, los pensamientos que exprime fuesen siempre puros, sin contradicciones y en armonía con el carácter del gran orador, no se podría poner en duda su identidad, de otra manera, convendría suponer que un Espíritu, el cual predica, únicamente, el bien, pueda mentir con propósito deliberado.

La experiencia enseña que los Espíritus del mismo grado, análogo carácter y afines sentimientos, se reúnen en grupos y en familia, y dado que el número de los Espíritus es incalculable, y nosotros estamos muy lejos de conocerlos todos, y que, en su inmensa mayoría no tienen nombres conocidos, puede suceder fácilmente que un Espíritu de la categoría de Fenelon venga en su lugar, también enviado por él, cual mandatario, y se presente con su nombre, porque idéntico a él es capaz de subrogarlo. Y esto porque nosotros tenemos necesidad de un nombre para fijar nuestras ideas. Y, realmente, qué importa que el Espíritu sea o no el de Fenelon? Si él dice, solamente, cosas buenas, y habla como lo hubiese hecho el mismo Fenelon, da la prueba de ser un Espíritu bueno: el nombre con el cual se hace conocer es indiferente, por cuanto, a lo sumo, es, únicamente, un medio para retener nuestra atención. En las evocaciones de personas íntimas el caso es diferente, porque en ellas, como hemos dicho ya, la identidad puede establecerse con pruebas casi evidentes.
Del resto, es innegable que la sustitución de los Espíritus puede ocasionar un gran número de inconvenientes, y producir, en consecuencia, errores y engaños. Esta es una dificultad del Espiritismo práctico, pero, jamás hemos dicho que la ciencia espirita sea una disciplina fácil, de poderse aprender bromeando, como un pasatiempo. En cambio, es preciso repetir, y lo haremos en cada oportunidad que se presente, que ella requiere un estudio profundo, y con frecuencia, muy largo y paciente.

Dado que no depende de nosotros que los hechos se produzcan, debemos esperar que se presenten espontáneos, por cuanto, frecuentemente, están determinadas por circunstancias a las cuales menos se pensaba. Estos hechos abundan para el observador atento y paciente, ya que él descubre miles de pequeños particulares característicos, que son como otros tantos rayos de luz. Y esto ocurre, también, en las demás ciencias. De esta manera, por ejemplo, mientras la persona superficial no ve en una flor más que un cuerpo gracioso que atrae, por un instante, su mirada, el docto descubre tesoros preciosísimos para las más altas especulaciones de la mente.

XIII

Las observaciones que hemos expuesto nos llevan a ocuparnos, brevemente, de otra dificultad, es decir, de las contradicciones que frecuentemente se encuentran en el lenguaje de los Espíritus.

Por cuanto los Espíritus difieren los unos de los otros tanto por cogniciones como por moralidad, está claro que la misma pregunta puede tener varias respuestas, y, también, opuestas, según el grado que los Espíritus han alcanzado, precisamente como si la misma pregunta se formulase, entre los humanos, a un docto, a un ignorante y a un bufón. El punto clave de la cuestión reside, como hemos dicho, saber a quien nos dirigimos.

Pero, admitido, también, esto, cómo es que tampoco los Espíritus superiores se encuentran siempre de acuerdo?

A esta objeción, nosotros respondemos que, además de la causa que hemos ya expuesto, existen otras que pueden tener una cierta influencia sobre la naturaleza de las respuestas. También de este punto esencial puede dar explicación el solo estudio, pero, repetimos que, estos estudios precisan una atención constante, una profunda observación, y sobre todo asiduidad y perseverancia, aspectos, por lo demás, que son necesarios en el estudio de todas las ciencias humanas. Ocurren años y años para formar un médico a nivel normal, las tres partes de la existencia, para formar un docto, y se pretendería de adquirir en pocas horas la ciencia del infinito? Es preciso ubicarse en la realidad: el estudio del Espiritismo es inmenso, porque abraza todas las cuestiones de la metafísica y del orden social; es un mundo entero que se abre delante de nosotros; por qué maravillarse, entonces, si es necesario tiempo, mucho tiempo, para transformarse en una autoridad en la materia?

Por otra parte, las contradicciones no son, siempre, tan reales como lo parecen, a simple vista.

No vemos, nosotros, quizá, cada día, personas que profesan la misma ciencia, diferir en las definiciones que dan sobre un tópico, bien sea por que utilizan vocablos diferentes, o, porque consideran el mismo bajo otro punto de vista, aún cuando la idea fundamental sea siempre la misma? Que cuente, quien pueda hacerlo, el número de definiciones que se han dado, hasta ahora, de la gramática. Y, se agregue que, la forma de la respuesta, depende, con frecuencia, por la de la pregunta. Sería, por lo tanto, pueril, centrarse en la búsqueda de contradicciones donde, lo que hay, la mayor parte de las veces, una simple variación de terminología. Los Espíritus superiores no hacen caso, en absoluto, a la forma: para ellos el fondo del pensamiento lo es todo.

Tomemos, por ejemplo, la definición del Espíritu. Por cuanto esta palabra no tiene, aún, un significado universalmente aceptado, los Espíritus, al igual que nosotros, pueden diferir en definirle. De esta manera, uno dirá que es el principio de la vida; otro, chispa espiritual; un tercero afirmará que él es lo interior; un cuarto expresará que es eterno; y todos tendrán razón desde su propio punto de vista. Sucederá lo mismo respecto a Dios: uno dirá que es el principio de todas las cosas, y otros, el Creador del Universo, la inteligencia suprema, el infinito, el Gran Espíritu, y, en suma, sea cual fuere la forma en que se defina, se entenderá, siempre, Dios.

Para citar un último caso, sucederá lo mismo con la clasificación de los Espíritus, por cuanto forman, ellos, una escala progresiva no interrumpida desde el grado ínfimo al supremo, por lo que se deriva que, sin caer, por esto, en error, uno puede hacer, al respecto, tres clasificaciones, otros, cinco, algunos, diez, y otros más, veinte. Todas las ciencias humanas nos ofrecen ejemplos similares, por cuanto, si cada docto tiene su propio sistema, los sistemas cambian, pero, la ciencia no varía. Que se aprenda la botánica con el sistema de Linneo, o con el de Jussieu, o con el de Tournefort, poco importa, habréis, siempre, conocido la botánica. Cesemos, pues, de dar a las cosas netamente convencionales una importancia mayor de la que merecen, y apliquémonos, seriamente, a lo esencial, y, con frecuencia, la reflexión nos hará descubrir, en lo que parece más diferenciado, una analogía, que se nos había escapado en el primer examen.

XIV

Dejaríamos de lado, voluntariamente, la objeción de muchos escépticos sobre los errores ortográficos cometidos por muchos Espíritus en sus comunicaciones, si ella no nos diese la ocasión de hacer una importante observación.

En verdad, la ortografía de algunos Espíritus no es, siempre, irreprochable; pero, si quienes anteponen la objeción atribuyen importancia a un hecho tan frívolo, es un signo de que carecen de verdaderas razones para anteponerlas.

Nosotros, podríamos oponer a esta dificultad las muchas faltas de este tipo cometidas por no pocos sabios de la tierra, cosa que, por lo demás, no les quita, a ellos, ningún mérito; pero, en este hecho hay algo más importante. Para los Espíritus, y de manera especial para los del orden superior, la idea es todo, mientras que, la forma no es nada. Desvinculados de la materia, el lenguaje que utilizan entre ellos es rápido como el pensamiento, porque es el pensamiento mismo que se comunica sin medio alguno; por lo que se comprende cuanto deba resultarles embarazoso comunicarse con nosotros, al verse obligados a utilizar las formas largas y complejas del lenguaje humano, insuficiente e inepto para expresar sus ideas. Ocurriría lo mismo con nosotros, si debiéramos expresarnos en una lengua más prolija en las palabras y en las frases, y en las expresiones más pobres de la que, habitualmente, hacemos uso. Es el inconveniente de los grandes ingenios cuyo fulmíneo pensamiento es más rápido que el movimiento de su pluma.
De esto se vislumbra como los Espíritus dan poca importancia a la corrección ortográfica, especialmente cuando se trata de una enseñanza vital. Del resto, no es suficientemente maravilloso que ellos hablen, indiferentemente, todas las lenguas, y las entiendan todas? Ni de esto, todavía, se puede concluir que ellos ignoren la corrección convencional del lenguaje, por cuanto, de hecho, lo observan con precisión, cuando es necesario, como lo demuestran ciertas poesías dictadas por ellos que desafían la crítica del más escrupuloso purista, y esto no obstante la ignorancia del medium.

XV

Hay quienes ven peligros en todas partes, especialmente en lo que desconocen, atribuyéndole al estudio de nuestra doctrina la errónea consecuencia vinculada con el riesgo del uso de la razón.

Cómo es posible que personas sensatas puedan ver en esto una objeción? No ocurre, quizá, lo mismo con todas las grandes tensiones en los cerebros débiles?

Quién puede contar los maníacos o los que han enloquecido por el estudio de las matemáticas, de la medicina, de la filosofía, y de otras disciplinas? Y, entonces, habrá que renunciar a estos estudios?

Si por las fatigas corporales uno se estropea los brazos y las piernas, que son los instrumentos de la acción material, por los de la mente el órgano susceptible de ello es el cerebro. Pero si el instrumento se daña, no ocurre lo mismo con el Espíritu, que queda intacto, y cuando sea libre de la materia, reemprende la plenitud de sus facultades, después de haber estado en su género, también él, un mártir del trabajo. Todas las grandes tensiones de la mente pueden producir perturbaciones psicológicas; las ciencias, las artes y las actividades religiosas, les proporcionan, todas, su contingente. La locura tiene por causa principal una disposición orgánica del cerebro, que lo rinde accesible a determinadas impresiones. Dada, por lo tanto, esta natural disposición, la locura tomará el carácter del pensamiento dominante, que, entonces, se convertirá en una fijación, y podrá ser la de los Espíritus de los cuales se ha ocupado, y en otros la de Dios, de los ángeles, del demonio, de la fortuna, del poder, de un arte, de una ciencia, de un sistema político o social. Es probable que la persona con desequilibrios mentales por acción de la religión, también los habría tenido con el Espiritismo si este hubiese sido su pensamiento dominante, al igual que tuviese por causa el Espiritismo las habría tenido bajo cualquier otra forma según las circunstancias.
Nosotros, por lo tanto, decimos que el Espiritismo no presenta por este aspecto peligros mayores que cualquier otra disciplina. Pero, vamos, aún, más lejos, afirmamos que el Espiritismo bien comprendido y aplicado, es un eficaz medio de prevención en contra de la demencia.

Entre las causas más frecuentes de sobreexcitación cerebral hay que destacar los desengaños, las adversidades, los efectos de las contradicciones, cosas que se encuentran todas, al mismo tiempo, entre las causas de la desencarnación voluntaria. Ahora, el verdadero espiritista mira las cosas de esta dimensión desde una sublime elevación mental, por lo que, les parecen pequeñeces y mezquindades frente al porvenir que le espera. La existencia terrena es para él tan breve y fugaz, que considera las tribulaciones casi como pequeñas molestias de un viaje. Lo que a otro le produciría una conmoción violenta, le impresiona apenas, y del resto, él sabe que los afanes de la vida son pruebas que le ayudan a progresar, si las soporta con resignación, por cuanto será recompensado con la medida del coraje con que ha sabido superar. Sus convicciones les dan una fuerza de ánimo tal de preservarle de la desesperación, y en consecuencia, de una causa inmediata de la locura y de la desencarnación voluntaria.

Él conoce, por otra parte, por la experiencia adquirida comunicando con los Espíritus, cual es la suerte reservada a quienes abrevian voluntariamente la vida, y aquel cuadro es verdaderamente tal capaz de disuadir quien no esté trastornado por aquel triste propósito, por la cual cosa no han sido pocos quienes, adiestrados por las comunicaciones de los Espíritus, han rectificado a tiempo en aquella equívoca intención. Que se complazcan en reír a sus anchas, los incrédulos; nosotros, por nuestra parte, les deseamos las inefables consolaciones que el Espiritismo procura a todos quienes logran descubrir sus excelencias espirituales.

Entre tantas causas de trastornos mentales, va incluida, por cierto, la del temor, y la del demonio, que ha trastornado más de una mente. Quién puede contar el número de las víctimas hechas por el terror suscitado en débiles Espíritus con aquel cuadro imaginario que algunos se esfuerzan en maximizar añadiéndoles horribles particulares?

Estos individuos nos responden que el diablo no ha sido hecho más que para atemorizar a los niños, y que constituye un freno para rendirles buenos. Quienes creen, también, a la eficacia educativa del cuento del lobo feroz, no se percatan de que, cuando hayan abierto los ojos, dándose cuenta de lo infundado del terror, se transforman en peores que antes. Y pensar que para obtener un solo resultado positivo, son innumerables las epilepsias producidas por el impacto sobre mentes, todavía, tiernas!

La espiritualidad, en verdad, sería algo débil, si renunciando al arma del terror, debería perder su eficacia; pero, afortunadamente no es así. El Espiritismo ofrece los mejores medios para el auto-gobierno del Espíritu. Mostrando la realidad de las cosas, se controlan los efectos indebidos de un exagerado temor.

XVI

A estas alturas, no nos queda más que examinar dos opiniones, por cuanto se fundan sobre teorías registradas. Tanto una como la otra admiten la realidad de todos los fenómenos físicos y morales de los cuales nos ocupamos; pero, excluyen, en su totalidad, la intervención de los Espíritus.

Según la primera, todas las manifestaciones atribuidas a los Espíritus no serían más que efectos magnéticos. Los médiums estarían en un estado que podría denominarse sonambulismo en vigilia, fenómeno del cual cada estudioso del magnetismo ha podido ser testigo. En tal estado las facultades del intelecto adquieren un desarrollo anormal, y la esfera de sus percepciones intuitivas se extiende más allá de los límites de nuestra ordinaria concepción. El medium obtendría de sí mismo, por la fuerza de su propia lucidez, todo lo que dice y todas las nociones que comunica, también alrededor de cosas que le son del todo extrañas en su estado normal.

No seremos nosotros, ciertamente, que pondremos en duda la potencia del sonambulismo, del cual hemos visto los prodigios y estudiado todas las fases desde hace más de treinta y cinco años; más bien, admitimos que muchas manifestaciones espiritas pueden explicarse por su intermedio. Pero, la observación atenta y continua presenta un gran número de hechos, en los cuales la intervención del medium, aparte de su intervención pasiva, es del todo imposible. A quien es de esta opinión, les decimos como a los otros: Mirad y observad, porque, ciertamente, os queda mucho por ver. Les oponemos, a ellos, dos consideraciones extraídas de su propio sistema. De dónde vino la teoría espirita? Es, quizá, una hipótesis imaginaria, enunciada por alguien, para explicar los fenómenos? Ciertamente que no. Quién, por lo tanto, la ha revelado? Precisamente aquellos mismos médiums sonámbulos, de los cuales, vosotros, tanto exaltáis la lucidez. Ahora, si esta lucidez es tal como vosotros la suponéis, por qué la habrían, ellos, atribuido a los Espíritus, sabiendo que se deriva de ellos mismos? Cómo es posible que hubiesen dado esos precisos particulares, tan lógicos y sublimes, en torno a la naturaleza de estas inteligencia ultraterrenas? De las dos, una: o son lúcidos, o no lo son; en caso afirmativo, y siempre que se tenga confianza en su veracidad, no se puede, sin contradicción, admitir que no estén en lo cierto. Por otra parte, luego, si todos los fenómenos tuviesen origen en el medium sería idénticos en la misma persona, y no se vería ésta ahora utilizar un lenguaje, luego otro, ni exprimir, cada vez, sentimientos contrarios. Tal ausencia de unidad en las manifestaciones obtenidas por medio del mismo medium prueba la diversidad de las fuentes de las cuales provienen, y si resulta imposible encontrar todas estas fuentes en el medium, está claro que habrá que buscarlas fuera de él.

Según la otra opinión, el medium es, en sí, el origen de las manifestaciones, pero, en vez de que emanen de él, como pretenden los partidarios de la teoría del sonambulismo, las trae del medio ambiente. De este modo, el medium sería una especie de espejo, que reflejaría todas las ideas, todos los pensamientos, y todas las cogniciones de las personas que lo circundan, y no diría nunca cosa alguna que no fuese conocida por lo menos por una de ellas. Nosotros no negaremos, ciertamente, la influencia ejercitada por los asistentes sobre la naturaleza de las manifestaciones, que, inclusive, esto forma un principio de nuestra doctrina; pero, esta influencia es muy diversa de aquello que se supone, y de esto a la afirmación de que el medium no sea otra cosa que el reflejo de sus pensamientos media una gran diferencia, por cuanto miles de hechos establecen, claramente, lo contrario. Es este, por lo tanto, un error gravísimo que prueba, una vez más, el peligro de las conclusiones prematuras. Quienes, no pudiendo negar la realidad de un fenómeno del cual la ciencia común no puede aportar razón alguna, y no queriendo admitir la presencia de los Espíritus, lo explican a su manera. Esta teoría, en verdad, sería más que ingeniosa, si pudiese abrazar todos los hechos; pero no es así. Sin embargo, aún si se demuestra con evidencia a sus sustentadores como ciertas comunicaciones del medium sean del todo extrañas a los pensamientos, a los conocimientos, a las opiniones mismas de todos los presentes, y como, en cambio, resultan, con frecuencia, espontáneas, contradiciendo a todas las ideas preconcebidas, ellos se obstinan a no hacer caso alguno de estas dificultades. La irradiación del pensamiento, dicen, se extiende más allá del círculo inmediato que les circunda: el medium es el reflejo de toda la humanidad, de manera que, si él no puede encontrar las inspiraciones a su alrededor, va a buscarlas en las afueras, en la ciudad, en el país, en todo el globo, y, aún, en otras esferas.
Según nosotros, la explicación que esta teoría daría a los fenómenos, es menos simple y probable de la que aporta el Espiritismo, por cuanto supone una causa mucho más maravillosa. La idea de seres que pueblan la inmensidad del espacio, y que, estando en contacto perenne con nosotros, nos comunican sus pensamientos no ofende en absoluto la razón como lo hace aquella irradiación general, que desde todos los puntos del universo vendría a concentrarse en el cerebro de una persona.

Es preciso repetirlo, por cuanto este es un punto de capital importancia, sobre el cual es importante insistir, que tanto la teoría del sonambulismo como la que podría denominarse del reflejo, fueron imaginadas por ciertos pensadores, y no son otra cosa que opiniones individuales creadas para explicar un hecho, mientras que la doctrina de los Espíritus no es de humana factura: ella fue dictada por las mismas inteligencias invisibles que se manifestaron cuando nadie pensaba en ello, y, que, al mismo tiempo, se les manifestaban firmemente en contra todas las opiniones.

Por lo antes expuesto, nosotros preguntamos hasta donde fueron los médiums para aprehender una doctrina que no existía en absoluto en el pensamiento de nadie sobre la tierra, e inquirimos, por otra parte, por cuál extraña coincidencia miles de médiums, esparcidos sobre todos los punto de la tierra, y que jamás se han encontrado, se hayan podido ponerse de acuerdo para decir exactamente lo mismo? Si el primero de los médiums surgidos en Francia ha experimentado la influencia de opiniones ya acreditadas en América, por cuál vía bizarra se fue a tomar en préstamo sus ideas a dos mil leguas más allá de los mares, en un pueblo extranjero por sus costumbres y lenguaje, en vez de tomarlas, cómodamente a su alrededor?

Pero, aún hay otra circunstancia a la cual no se le ha dado toda la atención que merece. Las primeras manifestaciones, tanto en Francia como en América, no se han obtenido ni por medio de la escritura, ni por medio de la palabra, sino por medio de golpes, que, correspondiendo a las letras del alfabeto, formaban palabras y frases. Y, con este medio, las inteligencias invisibles que lograron manifestarse, declararon de ser los Espíritus. Si, por lo tanto, se podía suponer la intervención del pensamiento del medium en las comunicaciones verbales o escritas, esto no era posible en relación a los golpes espontáneos, de los cuales se ignoraba, totalmente, el significado.

Podríamos citar un gran número de hechos, los cuales demuestran que en las inteligencias invisibles que se manifiestan hay una individualidad totalmente diferenciada y con absoluta independencia de la voluntad. Recomendamos, por lo tanto, a los opositores más empedernidos, de estar más atentos en sus observaciones, y si quisieran estudiar sin prevenciones, sin llegar a una conclusión sin experiencias, reconocerán, con buen sentido, que su teoría no es suficiente para explicar todo.

Sean válidas, en pruebas, algunos planteamientos. Por qué la inteligencia que se manifiesta, sea cual ella fuere, se niega a responder algunas preguntas sobre cosas totalmente conocidas, como, por ejemplo, sobre el nombre y la edad de quien interroga, sobre lo que tiene en la mano, sobre lo que hizo el día antes, sobre lo que se propone hacer al día siguiente, y similares? Si el medium fuera el reflejo del pensamiento de los asistentes, le sería muy fácil la respuesta.

Los adversarios buscan de retorcer el argumento y solicitan a su vez la razón por la cual las inteligencias invisibles que deben saber todo no pueden responder a preguntas tan sencillas, según el axioma de que, quien puede lo más, puede, también, lo menos; de lo que concluyen que no son Espíritus.

Pero, si un ignorante, o un bufón, se presentase a una asamblea de doctos, y en pleno mediodía preguntase por cual motivo es de día, creeríais, quizá, que se molestarían en responderle seriamente? Y sería lógico deducir de su silencio, o de las burlas que le harían al interlocutor, que ellos sean imbéciles? Precisamente porque son seres superiores, los Espíritus no responden a preguntas ociosas o ridículas, ni quieren que se les gasten bromas, por lo cual callan y sugieren de ocuparse de argumentos más serios.

Pediremos, por último, por qué, con frecuencia, los Espíritus vienen, y en un dado momento se van, y por qué una vez que se hayan alejado, no valen ni ruegos ni súplicas que les puedan hacer regresar?

Si el medium actúa por el impulso mental de los asistentes, está claro que, en este caso, el concurso de todas las voluntades reunidas debería excitar, o acrecentar, su clarividencia. Si, por lo tanto, no cede al deseo de los presentes, reforzado, todavía, por su propia voluntad, es porque él obedece a una fuerza extraña a él y a quienes le circundan, la cual fuerza en tal modo demuestra su independencia y su individualidad.

XVII

El escepticismo en torno a la doctrina espirita, cuando no resulta de una oposición sistemática, se origina, casi siempre, del conocimiento incompleto de los hechos, lo cual no impide que algunos se la den de sabihondos, como si los conociesen perfectamente.

Una persona puede ser muy inteligente e instruida, y todavía carecer de criterio, y el signo más claro de esta ausencia de buen sentido es, precisamente, el de creerse infalible. Muchos, todavía, no ven en las manifestaciones espiritas más que un objeto de curiosidad. Esperemos que, leyendo este libro, encontrarán, en estos fenómenos extraordinarios, algo más que un simple pasatiempo.

La ciencia espirita abraza dos partes: una experimental sobre las manifestaciones generales, la otra, filosófica, sobre las manifestaciones inteligentes. Quien no haya observado más que la primera, se encuentra en la condición de aquel que conociese la física únicamente por las experiencias recreativas, sin haber profundizado en la ciencia.

La verdadera doctrina espirita consiste en la enseñanza dada por los Espíritus, y los conocimientos que la misma precisa son muy valiosos para que se puedan adquirir de manera diferente que a un estudio profundo, y continuado en la soledad y en el recogimiento, por cuanto, solamente en este modo es posible observar un número infinito de hechos y de pequeñas particularidades, que escapan a un observador superficial, pero que, por sí mismas, pueden hacer formar una opinión conforme a la verdad.

Si este libro no produjese más fruto que el de mostrar el lado serio de la cuestión e inducir a estos estudios a muchos que no se ocupan de los aspectos del Espíritu, sería grande el resultado obtenido, y nos sentiríamos contentos de haber sido elegidos para cumplir una obra, de la cual, por otra parte, no pretendemos abrogarnos un mérito personal, por cuanto los principios en ella contenidos no son nuestros, sino de los Espíritus que los han dictado. Pero, queremos esperar que ella tenga, también, otro resultado, el de guiar a los seres humanos deseosos de instruirse, generando, en ellos, un objetivo grande y sublime, el del progreso individual y social, señalándole la vía que se debe seguir para alcanzarlo.

Concluyamos con una última consideración. Los astrónomos, indagando la inmensidad del espacio, han encontrado en la disposición de los cuerpos celestes algunas lagunas injustificadas y discordantes con las leyes del conjunto, y, por lo tanto, han supuesto, razonablemente, que aquellas lagunas han de ser colmadas por globos que escaparon a suspiradas. Observaron, por otra parte, ciertos efectos, de los cuales conocen la causa, y dijeron: Allí debe haber un mundo, porque aquella laguna no puede existir, y porque estos efectos deben ser su propia causa. Razonando de esta manera no se engañaron, y más tarde los hechos le dieron la razón a sus cálculos y previsiones. Apliquemos, ahora, este razonamiento a otro orden de ideas. Si uno considera la serie de los seres, encuentra que forman una cadena sin interrupción de continuidad, desde la materia bruta hasta el ser más inteligente. Pero, entre el ser humano y Dios, que es el alfa y el omega de todas las cosas, que inmensa laguna! Es lógico pensar que en el ser humano terminan los anillos de esta cadena, y que, sin transiciones, él pueda sobrepasar la distancia que le separa del infinito? La razón dice que entre el ser humano y Dios deben haber otros grados y anillos, como ha dicho a los astrónomos que entre los mundos visibles debían existir otros desconocidos. Ahora, cuál filosofía ha colmado jamás una tal laguna? El Espiritismo nos la muestra llena de seres de cada grado del mundo invisible, y estos seres no son más que los Espíritus de los seres pasados por los diversos grados que conducen a la perfección. De esta manera, todo se entrelaza y se concatena conjuntamente.

Vosotros que negáis la existencia de los Espíritus, llenad, por lo tanto, el vacío que ellos ocupan. Y vosotros que os reís, no os dais cuenta que osáis hacerlo de las obras de Dios y de su omnipotencia?

ALLAN KARDEC



PROLEGOMENOS

Fenómenos que escapan a las leyes de la ciencia vulgar, se manifiestan por todas partes, y demuestran tener por causa la acción de una voluntad libre e inteligente.

Ahora la razón nos dice que un efecto inteligente debe tener por causa una potencia inteligente, y los hechos han probado que esta potencia puede entrar en comunicación con los seres humanos mediante signos materiales.
Esta potencia, a una pregunta sobre su naturaleza, ha declarado de pertenecer al mundo de los seres espirituales, que se han despojado de la envoltura corporal humana. De esta manera fue revelada la doctrina de los Espíritus.

Las comunicaciones entre la dimensión espiritual y la física se encuentran en la naturaleza de las cosas, y no constituyen hecho alguno sobrenatural, del cual se encuentran huellas en todos los pueblos y en todas las épocas. Hoy, estas comunicaciones son generalizadas y accesibles a todos.

Los Espíritus anuncian que los tiempos señalados por la Providencia para una manifestación universal han llegado, y que, siendo ellos los ministros de Dios y los instrumentos de su voluntad, tienen la misión de instruir y de iluminar a los seres humanos, abriendo para ellos una nueva era de regeneración.

Este libro es la recopilación de sus en
señanzas, y fue escrito por orden y bajo el dictado de los Espíritus superiores, para poner los fundamentos de una filosofía racional, despojada de prejuicios del espíritu de sistema: él no contiene palabra que no sea la expresión de su pensamiento, y no haya tenido su aprobación. A quien ha tenido el mandato de publicarlo le pertenecen, exclusivamente, el orden y la distribución metódica de las materias, y la forma de algunas partes de la compilación, y las notas.



De los Espíritus que han cooperado a esta compilación muchos han vivido en diversas épocas, en la tierra, donde han predicado y practicado las virtudes y la sabiduría; otros, no fueron personajes de quienes la historia haya registrado el recuerdo, pero su elevación se manifiesta por la pureza de su doctrina y por su unión con quienes llevan nombres reconocidos.

Estas son las palabras precisas con las cuales dieron por escrito y a través de diversos médiums, el mandato de preparar este libro.

-“Ocúpate con celo y perseverancia del trabajo iniciado con nuestro concurso, por cuanto nos es inherente. Nosotros hemos colocado las bases del edificio, que se va elevando, y que, un día, deberá reunir a todos los seres humanos en un mismo sentimiento de amor y de solidaridad; pero, antes de divulgarlo, lo revisaremos conjuntamente, para verificar todos los particulares.

-“Nosotros estaremos contigo todas las veces que lo solicites, y para ayudarte en todos tus otros trabajos, ya que este no es más que una parte del cometido que se te confió, y que uno de nosotros, ya, te reveló.

-“Entre las enseñanzas que recibes, las hay que debes reservar para ti hasta nueva indicación. Cuando el momento de publicarlas haya llegado, nosotros te lo diremos; mientras tanto medítalas, para estar preparado cuando te lo señalemos.

-“Pondrás en la cabecera del libro la cepa de la vid que te hemos diseñado (*), porque es el emblema del Creador. Todos los principios materiales, que mejor puedan representar el cuerpo y el Espíritu, se encuentran juntos; el cuerpo es el leño, el Espíritu el licor, el espíritu unido al cuerpo, la semilla. El ser humano afina el Espíritu con el trabajo, por cuanto, como tú sabes, el Espíritu adquiere conocimientos por medio del trabajo del cuerpo.

-“No te dejes desanimar por la crítica. Encontrarás opositores férreos, especialmente entre la gente interesada en los abusos, y los encontrarás, inclusive, entre los Espíritus, por cuanto aquellos que no se han liberado, todavía, de la materia, buscan, con frecuencia, de sembrar la duda por maldad o por ignorancia, pero, tú sigue siempre adelante, cree en Dios, y procede con confianza. Nosotros estaremos siempre cerca de ti para asistirte, y está cerca el tiempo en que la verdad emergerá de todas partes.

-“La verdad de algunos, que creen saberlo todo, y todo quieren explicarlo a su manera, hará nacer discrepancias; pero todos aquellos que quieran seguir las enseñanzas de Jesús, se asociarán en el mismo sentimiento de amor al bien, y se unirán con un vínculo fraterno que abarcará al mundo entero. Ellos dejarán de lado las indeseables disputas de palabras, y no se ocuparán más que de las cosas esenciales, y la doctrina será siempre, en el fondo, idéntica para quienquiera que reciba las comunicaciones de los Espíritus superiores.

-“Con perseverancia alcanzarás a recoger el fruto de tus trabajos. La satisfacción que probarás, viendo la doctrina propagarse y ser comprendida por muchos, será abundante recompensa, y de esta doctrina conocerás todo el valor, quizá más en el porvenir que en el presente. No te turbes, por lo tanto, por las tribulaciones y por las zarzas que los incrédulos o malvados esparcirán sobre tu vía. Ten confianza. Con fe alcanzarás la meta, y merecerás, siempre, ser ayudado.

-“Recuerda que los buenos Espíritus asisten, únicamente, a quienes sirven a Dios con humildad y abnegación, y repudian a cualquiera que busca hacerse de la vía del cielo un escabel para el logro de las cosas de la tierra. Ellos abandonan al orgulloso y al ambicioso. El orgullo y la ambición serán siempre una barrera entre el ser humano y Dios, como vendas que quitan la visión de los esplendores celestes, y Dios no puede servirse del ciego para hacer comprender la luz”-.

Juan Evangelista, Agustín de Hipona, Vicente de Paúl, Luís, El Espíritu de Verdad, Sócrates, Platón, Fenelon, Franklin, Swedemborg, Etc. Etc.



(*) El ramo de vid que se encuentra en el cabezal de este capítulo es el facsímil del que fue diseñado por los Espíritus.


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