INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DE LA DOCTRINA ESPIRITA.
De: EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS
Uno de los mejores libros de todos los tiempos
AUTOR: ALLAN KARDEC
Versión castellana: Giuseppe Isgró C.
A las cosas nuevas, se les asigna palabras nuevas; así lo precisa el
lenguaje, para darle claridad, evitando atribuir diversos significados a un
mismo término.
Los vocablos espiritual, espiritualista y espiritualismo tienen un
significado definido, y por lo tanto, si se quisiese atribuirle uno nuevo para
aplicarlo a la doctrina de los Espíritus, se multiplicarían los equívocos.
El Espiritualismo es lo opuesto al Materialismo, por la cual cosa, todos
quienes creen tener en sí algo más que la materia, son espiritualistas; pero de
esto no se deriva que ellos crean a la existencia de los Espíritus, y mucho
menos a la posibilidad de sus comunicaciones con el mundo visible. Para
designar, por lo tanto, esta creencia, nosotros, en vez de las palabras
espiritual y espiritualismo, utilizamos las de espirita y espiritismo, que
tienen la ventaja de ser muy claras, dejando al término espiritualismo su
significado común.
Nosotros, por lo tanto, diremos que la doctrina espirita, es decir, el
Espiritismo, tiene como principio la creencia en las relaciones entre el mundo
material y el mundo invisible, es decir, entre los seres humanos y los
Espíritus, y denominaremos espiritas, -o si se prefiere, espiritistas, a
quienes aceptan esta doctrina.
II
Existe, además, otro término, en torno al cual es necesario ponerse de
acuerdo, por cuanto constituye, por decirlo de esta manera, uno de los puntos
cardinales de toda doctrina moral, que suele prestarse a algunas controversias,
no habiéndose establecido su verdadero significado, me refiero a la palabra
Espíritu.
La disparidad de opiniones en torno a la naturaleza del Espíritu nace de
la diversidad de significados que, con frecuencia, se atribuye a esta palabra.
Una lengua perfecta, en la cual cada idea se pudiese expresar con un
vocablo propio, ahorraría muchas discusiones inútiles, por cuanto, si hubiese
una palabra propia para cada idea singular, muchos se encontrarían de acuerdo
sobre cosas en torno a las cuales inútilmente se debate.
Según algunos, el Espíritu es el principio de la vida material orgánica,
no existe independientemente de la materia, y termina con la vida: esto es lo
que se conoce como materialismo. En este sentido, y como comparación, hablando
de un instrumento roto, que no da más el sonido acostumbrado, dicen que no
tiene Espíritu. Según esta opinión, el Espíritu sería un efecto y no una causa.
Según otros, el Espíritu es el principio de la inteligencia, es decir, un
agente universal del cual cada ser absorbe una porción. Según esta opinión no
habría en todo el universo más que un Espíritu solo, el cual distribuye sus
chispas a todos los seres inteligentes que están en vida, y después de la
desencarnación cada chispa regresa a la fuente común, donde se confunde con el
todo, al igual que los arroyos y los ríos regresan al mar, del cual han tenido
su origen.
Esta opinión difiere de la precedente en cuanto que se admite que hay en
nosotros alguna cosa que no es materia, y que continúa después de la
desencarnación. Pero, sería lo mismo afirmar que no queda nada, por cuanto,
destruida la individualidad del ser, termina en él, necesariamente, la
conciencia de sí mismo. Para quienes piensan de esta manera, el Espíritu
universal sería Dios, y cada ser, una porción de la Divinidad: en esto reside el panteísmo.
Según otros, en fin, el Espíritu es un ser incorpóreo, distinto e
independiente de la materia, que conserva la propia individualidad después de
la desencarnación. Esta doctrina, según la cual el Espíritu es la causa y no el
efecto, es la doctrina que profesan los espiritas.
Sin entrar en el análisis de estas varias opiniones, y considerando la
cuestión, únicamente, desde el lado lingüístico, destacamos que estas tres
opiniones constituyen tres ideas distintas, cada una de las cuales precisaría
un vocablo específico. Al término Espíritu, por lo tanto, se le ha asignado un
triple significado, y cada escuela, según la doctrina que profesa, tiene razón
en definirla a su propia manera. La deficiencia reside en el lenguaje, que
tiene un solo término para expresar tres ideas diferentes. Para evitar
equívocos, convendría restringir el significado de la palabra Espíritu a uno
sólo de estos tres conceptos diferentes. A cuál de ellos poco importa; todo
está en ponerse de acuerdo en forma definitiva, por cuanto, ordinariamente, el
significado de las palabras es del todo convencional. De nuestra parte,
estimamos más lógico emplear esta palabra en el significado que más comúnmente
se le atribuye, por lo cual, denominamos Espíritu al ser incorpóreo y
consciente de sí, que reside en nosotros, y sobrevive al cuerpo. Aún si este
ser no existiese, sería necesario tener un vocablo para designarlo.
Nosotros, en ausencia de un término especial para cada una de las ideas
correspondientes a las otras dos doctrinas ya expuestas, denominamos principio
vital a la causa de la vida material y orgánica, que es común a todos los seres
vivientes, desde la planta al ser humano, sea cual fuere su origen. Por cuanto
la vida puede existir también sin la facultad de pensar, el principio vital es
algo muy diferente de lo que nosotros llamamos Espíritu. La palabra vitalidad
no expresaría el mismo concepto. Para algunos el principio vital es una
propiedad de la materia, un efecto que se produce cada vez que la materia viene
modificada por determinada circunstancias; para otros, en cambio, es esta la
idea más común, el principio vital es un fluido especial esparcido por todas
partes, y del cual, cada ser, durante la existencia, absorbe y se asimila una
parte, como vemos que los cuerpos inertes absorben la luz. Por lo cual, el
fluido vital, según la opinión de algunos, no es más que el fluido eléctrico
animalizado. Denominado, también, fluido magnético, fluido nervioso, etcétera.
De todas maneras, sea lo que fuere que se quiera creer, existen hechos que
no se pueden dudar, es decir:
a) Que los seres orgánicos tienen en sí mismos una íntima fuerza, la
cual, mientras exista, produce el fenómeno de la vida.
b) Que la vida material es común a todos los seres orgánicos, e
independiente de la inteligencia y del pensamiento.
c) Que la inteligencia y el pensamiento son facultades propias de
ciertas especies orgánicas.
d) Que, finalmente, entre las especies orgánicas dotadas de inteligencia
y de pensamiento existe una que posee un sentido moral especialísimo, que la
convierte incontrastablemente superior a todas las demás, es decir, la especie
humana.
Es fácil comprender que, aún cuando no se le de a la palabra Espíritu un
significado bien distinto, ella no excluye ni el materialismo ni el panteísmo.
El mismo espiritualista puede, también él, considerar el Espíritu según una de
las dos primeras definiciones sin perjuicio del ser incorpóreo y consciente de
sí, en el cual él cree, y al cual él daría, en tal caso, cualquier otra
denominación. Esta palabra, no es la expresión de una idea bien determinada,
sino un Proteo, que, cada quien puede, a su gusto, representarse en una u otra
forma, y, por lo tanto, constituir motivo de vanas y extensas controversias.
Podría aclararse la cuestión, sirviéndose, también, de la palabra
Espíritu, en cada uno de los tres casos, agregándole un calificativo que
especifique con cual significado se emplea. Ella, sería, entonces, un término
genérico, que podría referirse, al mismo tiempo, tanto al principio de la vida
material como a la inteligencia y al sentido moral, y se distinguiría por medio
de un atributo, como, por ejemplo, se distingue el término genérico de gas con
el agregado de las palabras hidrógeno, oxígeno, nitrógeno, etcétera. Podría,
por lo tanto, decirse y sería, quizá mejor, Espíritu vital, para denotar el
principio de la vida material, Espíritu intelectivo, para distinguir el
principio de la inteligencia, y Espíritu, para significar el principio de
nuestro yo consciente después de la desencarnación.
Como cada quien puede ver, es esta una cuestión de terminología, pero de
esencial importancia para poder entenderse.
En conclusión, según lo antes expuesto, el Espíritu vital sería común a
todos los seres orgánicos: plantas, animales y seres humanos; el Espíritu,
pertenecería, más específicamente, al ser humano.
COMENTARIO EXEGÉTICO GIC: La diferenciación entre el Espíritu vital y el
Espíritu, efectuada por el maestro Allan Kardec, es excelente. Únicamente nos
quedaría agregar que ambos se encuentran presentes, simultáneamente, en los
seres de los cuatros reinos naturales, con la salvedad de que, en cada especie,
y reino, se expresan de acuerdo con las características que les son inherentes.
Esto debido a que una es la ley, y todos los seres, en los cuatros reinos:
mineral, vegetal, animal y humano, están formados de cuerpo, alma y Espíritu.
El Espíritu vital es el reflejo, en la materia, del Espíritu, por cuanto, con la
desencarnación, además de la separación del Espíritu del cuerpo, por la
separación del alma que les mantiene unidos, también desaparece del cuerpo el
Espíritu vital.
Hemos creído necesario anteponer estas explicaciones, porque la doctrina
espirita se apoya sobre la existencia, en nosotros, de un ser independiente de
la materia y que sobrevive al cuerpo. Dado que la palabra Espíritu debe
repetirse con gran frecuencia en el curso de este libro, era preciso
establecer, con precisión, con cual significado es utilizada, y esto, para
evitar posibles equívocos.
Ahora, pasemos a la parte más importante de estas instrucciones
preliminares.
III
La doctrina espirita, como todas las cosas nuevas, tiene seguidores, y,
también, opositores. Aportaremos una respuesta a las principales objeciones de
estos últimos, examinando el valor de los argumentos sobre los cuales se
fundan, sin pretender, sin embargo, de convencerles a todos, por cuanto hay
algunos que estiman que la luz de la verdad ha sido hecha exclusivamente para
ellos.
Nosotros nos dirigimos a las personas de buena fe, que no tienen ideas
preconcebidas e inmutables, y están, sinceramente, deseosos de instruirse, y
les demostraremos como la mayor parte de las objeciones, que se mueven en
contra de esta doctrina, provienen de una defectuosa observación de los hechos
y de un juicio pronunciado con mucha ligereza y precipitación.
Recapitulamos, ante de todo, en pocas palabras, la serie progresiva de
fenómenos de los cuales esta doctrina tuvo origen.
El primer hecho que atrajo la atención de muchos, fue el de algunos
objetos puestos en movimiento, hecho que se designó con la denominación de
mesas giratorias. Este fenómeno, que parece haber sido observado, por primera
vez, en América, o mejor dicho, fue reconocido en aquel país, (ya que la
historia nos informa que se remonta a la más remota antigüedad), se produjo
acompañado de circunstancias singulares, como ruidos insólitos y golpes
producidos por fuerza oculta y misteriosa. Desde allí se propagó, rápidamente,
a Europa y en otras regiones del mundo. En primera instancia encontró mucha
incredulidad; pero, no transcurrió mucho tiempo, y la inmensa cantidad de
experimentos realizados demostró que se trataba de algo real y genuino.
Si este fenómeno se hubiese limitado al movimiento de objetos
materiales, se habría podido explicar con algún enfoque netamente físico.
Nosotros, nos encontramos, todavía, muy lejos de conocer todos los agentes
ocultos de la naturaleza y todas las propiedades de aquellos, entre estos
agentes, que conocemos ya desde hace tiempo. De la electricidad, por ejemplo,
se multiplican, cada día, las aplicaciones a beneficio del ser humano. No era,
por lo tanto, imposible, que la electricidad, modificada por ciertas
condiciones, o cualquier otro agente desconocido, fuese la causa de estos
movimientos. Y, el hecho de que un mayor número de personas acreciente la
fuerza que generan aquellos fenómenos parecía avalar una hipótesis de esta
naturaleza. Aquel conjunto de fluidos podía considerarse como una especie de
pila, cuya potencia se desarrolla en razón del número de elementos que la
componen.
El movimiento circular no presentaba nada de extraordinario, el cual,
más bien, es natural. Todos los astros se mueven circularmente, y, en el caso
del que se trata, podríamos tener, en pequeño, una reproducción del movimiento
general del universo, o, mejor dicho, se podía creer que una causa, antes
desconocida, produjese, circunstancialmente, sobre pequeños objetos, una
corriente análoga a la que hace desplazar a los planetas.
Sin embargo, el movimiento no era siempre circular, sino que, con
frecuencia era brusco, desordenado, y en alguna ocasión el objeto era movido
con fuerza, volteado, impulsado hacia cualquier dirección, y, en contradicción
con todas las leyes de la estática, levantado del suelo y sostenido en el
espacio. Todavía, también en estos hechos no había nada que no se pudiese
explicar con la potencia de un agente físico invisible. No vemos, quizá, a la
fuerza de la electricidad voltear edificios, arrancar árboles, lanzar lejos
cuerpos muy pesados, unas veces alejándolos, otras, atrayéndolos.
Los ruidos insólitos, los golpes repetidos, también admitiendo que no
fuesen uno de los efectos ordinarios de la dilatación del leño o de cualquier
otra eventual causa, podían, perfectamente, ser la consecuencia de la
aglomeración de un ignoto fluido; la electricidad, no produce, quizá, fuertes
ruidos?
Hasta aquí, como puede verse, todo podía reentrar en el dominio de
hechos puramente físicos y fisiológicos. Pero, de todas maneras, también sin
salir de un tal orden de ideas, había, en estos fenómenos, suficiente materia
de estudios, serios y profundos, tanto como para atraer, completamente, la
atención de los doctos.
Por qué no ocurrió esto?
Es preciso reconocer que fue el efecto de causas, que, conjuntamente con
otras miles de análoga similitud, prueban la ligereza del espíritu humano. La
primera, entre todas estas causas, fue la simplicidad del objeto principal que
sirvió de base a todos los primeros experimentos, es decir, un pequeño mueble
de madera.
No hemos, quizá, visto cuál increíble influencia tiene, frecuentemente,
una palabra, aún sobre los argumentos más serios? Ahora bien, sin considerar
que el movimiento podía ser impreso con igual facilidad a cualquier objeto,
prevaleció la idea de servirse de una mesa, por resultar más cómodo, y porque
todos tenemos la costumbre de tener una mesa, más bien que otro tipo de mueble.
Pero los seres humanos de gran importancia, con frecuencia, incurren en
actitudes pueriles, que no es para maravillarse si han creído poco conveniente
para su dignidad ocuparse de lo que el vulgo denominaba danza de la mesa. Se
podría, casi apostar, que, si el fenómeno observado por Galvani lo hubiese sido
por personas de escasa cultura y designado con un nombre simple, sería, aún
hoy, relegado al lado de la varita mágica. Y, en verdad, cuál docto académico
no habría creído rebajarse tomando en serio la danza de las ranas?
Alguno, pero, con la modestia que le permitió creer que la naturaleza no
había dado, aún, la última palabra, quiso seguir insistiendo, aunque fuese solo
para tranquilizar su propia consciencia; pero, o bien los fenómenos no
correspondieron, siempre, a las expectativas, o bien, por cuanto no se
desenvolvieran de acuerdo con su voluntad, no tuvo la paciencia de continuar
con la experimentación, terminando con negarlos. Sin embargo, a pesar de esta
conclusión, las mesas continuaron a girar, y nosotros podemos decir con
Galileo: eppur si muovono! Además, no sólo continuaron a moverse, sino que los
hechos se multiplicaron al punto de rendirse comunes, y ahora, no se trataba
más que de encontrar la explicación.
Y, en verdad, cómo pueden realizarse inducciones en contra de la
realidad de los fenómenos sólo porque no se reproducen de manera siempre
idéntica y conforme con la voluntad y a las exigencia de quien los experimenta?
También los fenómenos de la electricidad y de la química se encuentran
subordinados a ciertas condiciones; pero, quién puede negarlos porque no se
efectúan fuera de ellas?
Cuál es la maravilla, entonces,
si el fenómeno del movimiento de objetos, por la fuerza del fluido
humano, tiene, igualmente, sus condiciones de ser, y no se verifica, cuando el
observador, obstinado en su modo de ver, pretende que se desenvuelva a su
capricho, y cree de poderlo someter a las leyes de otros fenómenos conocidos,
sin comprender que, para hechos nuevos, pueden y deben haber leyes nuevas?
Ahora, para descubrir estas leyes, ocurre estudiar las circunstancias en
las cuales los hechos se desenvuelven, y un tal estudio no puede ser más que el
fruto de una observación perseverante, cuidadosa, y, con frecuencia, muy larga.
Algunos objetan que en estos fenómenos con frecuencia se han descubierto
trucos. En primer lugar, le preguntaremos a estas personas si se encuentran
totalmente seguras de cuanto afirman, o si, quizá, no han tomado por truco un
efecto cualquiera el cual no sabían como interpretarlo, al igual que aquel
aldeano que tomaba un doctísimo físico en el acto de realizar sus experiencias
por un hábil escamoteador. Pero después, aún admitido que, realmente, alguna
vez ocurra el engaño, sería esto un motivo para negar los hechos? Es preciso,
por lo tanto, renegar de la física, porque algunos prestigiosos abusaron de su
nombre?
Por otra parte, es preciso tener en cuenta, también, el carácter de las
personas, y el interés que podrían tener en la tergiversación de los
resultados. Sería, quizá, una broma? Se entiende que hay, siempre, quien
quiere, por algún tiempo, divertirse; pero, una comedia prolongada resultaría
incomoda tanto para una parte como para la otra.
Del resto, un engaño que pudiese difundirse de una punta a otra del
globo, y entre las personas más serias, autorizadas e iluminadas, sería, por lo
menos, un hecho tan extraordinario como el mismo fenómeno del cual tratamos.
IV
Si los fenómenos de los cuales nos ocupamos se fuesen limitados al
movimiento de objetos, habrían podido tener explicaciones por las ciencias
físicas, pero no fue así; debían, poco a poco, revelarnos hechos verdaderamente
extraordinarios. Se advierta, no sabemos en cual modo, que el impulso dado a
los objetos no era efecto de una fuerza mecánica ciega, sino indicaba la
intervención de una causa inteligente. Abierta que fue esta vía, se encontró un
campo de observaciones del todo nuevo, y se quitó el velo a muchos misterios.
Pero, en estos fenómenos existe, propiamente, una causa inteligente?
Y, después, si esta causa inteligente existe, de qué naturaleza es? Cuál
es su origen?
Se trata de una entidad superior a la inteligencia humana? Estas son las
otras cuestiones que constituyen la consecuencia lógica de la primera.
Las primeras manifestaciones inteligentes tuvieron lugar por medio de
pequeñas mesas, que, elevándose de un lado y batiendo con uno de los pies un
determinado número de golpes, respondían a la pregunta con un sí o con un no,
según la convención acordada.
Hasta aquí, ninguna prueba evidente para los escépticos, por cuanto todo
esto podía ser pura casualidad. Pero, seguidamente, se obtuvieron respuestas
precisas con las letras del alfabeto; la mesa batía un número determinado de
golpes, correspondiente al número de orden de cada letra, y de esta manera
dictaba palabras y proposiciones, que respondían a las preguntas hechas.
La precisión de las respuestas, su perfecta correlación con las
preguntas, causaron maravilla.
Interrogado en relación con la naturaleza, el ser misterioso que
respondía en aquel modo, declaró ser un “espíritu”, se dio un nombre, y
proporcionó informaciones sobre su estado. Esta es una circunstancia
importantísima y digna de ser notada, por cuanto de ella resulta que nadie
había recurrido a la hipótesis de los Espíritus para explicar el fenómeno, sino
que, en cambio, fue el ente comunicante a sugerir aquella palabra.
Si en las ciencias exactas se hacen, con frecuencia, hipótesis, para
tener una base de razonamiento, en nuestro caso no fue de esta manera.
Pero, esta manera de comunicación era larga e incomoda. El mismo
Espíritu, y esta es la segunda circunstancia que es preciso tener en cuenta,
sugirió otra manera más expedita, aconsejando de adaptar un lápiz a una
cestita. La cestita, colocada sobre una hoja de papel, es puesta en movimiento
por la misma fuerza oculta que hace mover las mesas, y en tanto el lápiz,
movido por una mano invisible, escribe las letras, formando palabras, y frases,
y enteros discursos de muchas páginas, tratando las más sublimes cuestiones de
filosofía, de moral, de metafísica, de psicología, y temas similares, con tanta
rapidez, como si se escribiese con la mano.
Este consejo fue repetido contemporáneamente en América, en Francia, y
en muchos otros países. Estas son las palabras con las cuales fue dado a París,
el día 10 de junio de 1853, a uno de los más fervientes cultores de la nueva
doctrina, que ya, desde hacía varios años, es decir, desde 1849, se aplicaba a
evocar a los Espíritus: -“Anda a tomar en la habitación contigua una cestita
que allí hay, amárrale un lápiz, ponlo sobre el papel, y ten los dedos sobre
los bordes”-.
Pocos momentos después, la cestita comenzó a moverse, y el lápiz
escribió de manera legible estas palabras: -“Cuanto ahora os he dicho no quiero
que lo digáis a alguien. La primera vez que volveré a escribir, lo haré
mejor”-.
Ahora, dado el objeto, al cual se amarra el lápiz, no es otra cosa más
que un soporte, y poco importa su naturaleza y su forma, se buscó otro más
cómodo, y muchos utilizan, a tal fin, una tablilla.
Pero, sea tablilla o cestita, el medio no se mueve sino bajo la
influencia de ciertas personas dotadas de una facultad especial, y estas
personas son designadas como médiums, es decir, intermediarios entre los
Espíritus y los seres humanos.
Las condiciones de las cuales depende esta facultad son determinadas, al
mismo tiempo, por razones físicas y morales hasta hoy poco notas, por cuanto se
encuentran en cada edad, en cada sexo, y en los grados más variados de cultura
y de desarrollo intelectual. La mediumnidad, del resto, se desarrolla y mejora
con el ejercicio.
V
Con el correr del tiempo se reconoció que cestita o tablita no eran otra
cosa, en realidad, que un simple apéndice de la mano; por lo que, tomando el
medium, sin más, el lápiz, se puso a escribir bajo un impulso involuntario y
casi febril. Con este medio las comunicaciones se transformaron en más rápidas,
fáciles y completas, y este medio, hoy, es tan común, cuanto que se incrementa,
de día en día, el número de las personas dotadas de esta facultad.
La experiencia, seguidamente, hizo conocer mucha otras especies de
facultades mediumnicas, y se aprehendió que las comunicaciones podían
obtenerse, igualmente, o bien por medio de la palabra del médium, o del oído,
de la vista y del tacto, y, aún, sin el concurso de la mano del medium, es
decir, mediante la escritura directa de los Espíritus.
Obtenido, en esta nueva manera, el fenómeno, quedaba por verificar un
punto esencial, es decir, la influencia que puede ejercer el medium en las
respuestas, y su inherencia mecánica y moralmente. Dos circunstancias capitales,
que no debería escapar, en ningún modo, a un observador experimentado, pueden
eliminar toda duda.
La primera de estas circunstancias es la manera con la cual la cestita
se mueve con la sola inerte imposición de los dedos del medium sobre sus
extremos. Un examen, aún superficial, permite comprender, enseguida, la
imposibilidad de imprimirle una determinada dirección. Esta imposibilidad,
luego, se transforma en absoluta, cuando dos o tres personas juntas ponen sus
dedos sobre la misma cestita, porque sería necesaria, en ellos, una uniformidad
de movimientos, sin duda, imposible, y, además de esto, una total concordancia
de pensamiento para poderse entender en torno a las respuestas que deben darse
a las preguntas que se hacen.
Otro hecho digno de ser tomado en gran consideración es el cambio
radical de la escritura, que se verifica cada vez que cambia el Espíritu
comunicante, y que se reproduce en la forma precedente, cuando el primer ente
regresa. Sería preciso que, cada medium se hubiese ejercitado en transformar su
caligrafía de cien maneras diferentes, y a recordarse de las características
especiales que él le habría atribuido a uno u otro Espíritu.
La segunda circunstancia sobre la cual conviene detenerse para
reflexionar resulta de la naturaleza misma de las respuestas, las cuales,
normalmente, y de manera especial cuando se trata de cuestiones abstractas o
científicas, son del todo extrañas a las cogniciones del medium, y con
frecuencia, muy superiores a su capacidad intelectual. Él, del resto, la mayor
parte de las veces no tiene conciencia de lo que se escribe por su intermedio,
y casi siempre no entiende el tema propuesto, por cuanto puede ser hecho o
mentalmente o en una lengua que él no conoce, y se note que, alguna vez, su
mano escribe la respuesta en la misma lengua.
Sucede, en fin, con mucha frecuencia, que la tablita escriba
espontáneamente, sin pregunta precedente, sobre cualquier argumento del todo
inesperado.
Estas respuestas, en ciertos casos, tienen una tal impronta de
sabiduría, de doctrina y de oportunidad, y contienen pensamientos tan nobles y
sublimes, que no pueden provenir que de una inteligencia superior, y de
moralidad purísima y elevadísima.
En otros casos, al contrario, las respuestas son tan ligeras, tanto
frívolas, y con frecuencia, también, tan triviales, que la razón rechaza que
puedan ser originadas por la misma fuente. Tal diferencia de lenguaje no se
puede explicar sino por la diversidad de inteligencias que se manifiestan.
Pero estas inteligencias son humanas, o lo son fuera de la humanidad?
Este es el punto que se debe aclarar, y de eso se encontrará la
explicación en el presente libro, tal cual ha sido dictada por ellos.
Tenemos, por lo tanto, algunos hechos que no se pueden poner en duda, y
que se producen fuera del círculo de nuestras observaciones. Estos hechos no se
desenvuelven en el misterio, sino a plena luz, que todos pueden ver y
verificarlos, y no son privilegio exclusivo de pocos, sino de miles y miles de
personas, que los han observado, los repiten todos los días y los confirman.
Estos hechos tienen, naturalmente, una causa, y dado que revelan la
acción de una inteligencia y de una voluntad, salen del campo puramente físico.
Para explicarlos se han inventado muchas teorías, que nosotros, seguidamente,
examinaremos, y veremos si son suficientes para explicarlos todos. Primero,
pero, comencemos admitiendo la existencia de los seres distintos de la
humanidad, siendo esta la explicación dada por las mismas inteligencias que se
manifiestan, y veamos cuales son sus enseñanzas.
VI
Los seres que comenzaron con nosotros de la manera que hemos expuesto,
se dan el nombre de Espíritus, y muchos de ellos dicen de haber animado el cuerpo
de personas que han vivido sobre la tierra. Ellos constituyen el mundo
espiritual, al igual que nosotros, durante nuestra vida terrena, constituimos
el mundo corpóreo.
Recapitulemos, en pocas palabras, los puntos principales de la doctrina
que nos han transmitido, para responder más fácilmente a algunas objeciones.
I. -“Dios es eterno, inmutable, inmaterial, único, omnipotente,
supremamente justo y bueno.
II. -“Él ha creado el universo, que comprende todos los seres animados e
inanimados, materiales e inmateriales.
III. -“Los seres materiales constituyen el mundo visible o corpóreo, y
los seres inmateriales el mundo invisible o de los Espíritus.
IV. -“El mundo de los Espíritus es el mundo normal, primitivo, eterno,
preexistente o sobreviviente a todo.
V. -“El mundo corpóreo es secundario: podría cesar de existir o no haber
existido jamás, sin alterar la esencia del mundo de los Espíritus.
VI. -“Los Espíritus asumen, temporalmente, una envoltura material
caduca, cuya destrucción, con la desencarnación, los restituye a la libertad.
VII. -“Entre las diversas especies de seres corpóreos Dios ha elegido la
especie humana para la encarnación de los Espíritus que han alcanzado un
determinado grado de desarrollo, lo cual le confiere, a esta especie, una gran
superioridad moral, e intelectual, sobre todas las otras.
VIII. -“El alma, -o periespíritu, une al Espíritu con el cuerpo, que es
su envoltura.
IX. -“En el ser humano hay tres cosas: -a) El cuerpo, substancia
material análoga a la de los animales, y animada del mismo principio vital. -b)
El Espíritu, substancia inmaterial, encarnado en el cuerpo. –c) El alma, o
periespíritu, ligamen que une el Espíritu y el cuerpo, principio intermedio
entre la materia y el Espíritu.
X. –“El ser humano tiene dos naturalezas: por el cuerpo participa de la
naturaleza de los animales, de quienes tiene los instintos; por el Espíritu, de
la espiritual.
• COMENTARIO EXEGÉTICO GIC: El Espíritu, emana a la conciencia, en un
momento dado, del Creador Universal, formado de su misma naturaleza espiritual,
eterno e inmortal, y dotado de sus mismos atributos o valores universales,
impresos en su conciencia, en estado potencial, como ley cósmica, siendo esa
conciencia una réplica exacta de la del creador. Por medio de esa conciencia,
se realiza la comunicación entre el Creador y el ser, utilizando el lenguaje de
los sentimientos que corresponden a cada valor universal, del cero grado al
infinito, vehículo que utiliza el Supremo Artífice para cumplir sus funciones
de Gran Pedagogo Universal, mediante sus inspiraciones en la conciencia del ser
individual, y colectivamente, en los cuatro reinos naturales.
XI. El alma, o periespíritu, que mantiene unido el cuerpo y el Espíritu,
es una especie de envoltura semi-material. Después de la desencarnación,
mediante la cual se disuelve la envoltura material, el Espíritu conserva la
segunda, que le sirve de cuerpo etéreo, invisible para nosotros en el estado
normal, pero que puede rendirse, en determinadas circunstancias, visible, y
también, tangible, como ocurre en los fenómenos de apariciones.
XII. –“Como consecuencia de esto, el Espíritu no es un ser abstracto,
indefinido, concebible sólo por el pensamiento; sino real, circunscrito, que
algunas veces entra en el campo perceptivo de la vista, del oído y del tacto.
XIII. –“Los Espíritus pertenecen a diferentes categorías, y no son
iguales, ni en potencia, ni en inteligencia, ni en saber, ni en moralidad. Los
del primer orden, es decir, los Espíritus superiores, se distinguen de los
demás por sus cogniciones, proximidad a Dios, pureza de sentimientos y amor al
bien; son los Espíritus puros. Las otras categorías, se distancian, grado a
grado, de esta perfección. Las de orden inferior, están sujetas a la mayor
parte de nuestras pasiones, como al odio, a la envidia, a los celos, al
orgullo, y se complacen del mal. En este número los hay de aquellos que no son
ni buenos ni malos, ni del todo malos: intrigantes e inoportunos, más bien que
malvados; parecen imbuidos de malicia y de contradicciones: son los Espíritus
ligeros o traviesos.
XIV. –“Los Espíritus no permanecen perpetuamente en la misma categoría.
Todos mejoran pasando por los diferentes grados de la jerarquía espirita. Este
mejoramiento se lleva a cabo por medio de la encarnación que algunos asumen
como expiación, otros como prueba, y otros, aún, como misión. La vida material
es una prueba por la cual deben pasar muchas veces, hasta que hayan alcanzado
un determinado grado de perfección: es una especie de crisol, del cual salen
más o menos purificados.
XV. –“Abandonado el cuerpo, El Espíritu vuelve a entrar en la dimensión
espiritual, de la cual había salido, para reemprender una nueva existencia
material después de un espacio de tiempo más o menos largo, durante el cual
queda en el estado de Espíritu libre.
XVI. Por cuanto el Espíritu debe pasar por varias encarnaciones, todos
nosotros hemos tenido varias encarnaciones, y tendremos otras en diferentes
grados de progreso, bien sea en la tierra o en otros mundos.
XVII. –“La encarnación de los Espíritus tiene siempre lugar en la
especie humana. Sería un error creer que el Espíritu pueda encarnarse en el
cuerpo de un animal.
XVIII. –“Las diversas existencias corpóreas de los Espíritus son siempre
progresivas, y jamás retrógradas; pero la rapidez del progreso depende de los
esfuerzos que hacen para alcanzar la perfección.
XIX. –“Las cualidades del ser humano son las del Espíritu encarnado, es
decir, la persona virtuosa, es la encarnación de un Espíritu bueno, y la
perversa, la de un Ente impuro.
XX. –“El Espíritu tenía su propia individualidad antes de encarnarse. y
la conserva, también, después de la separación del cuerpo.
XXI. –“A su regreso a la dimensión espiritual, el Espíritu vuelve a
encontrar a todos aquellos que ha conocido en sus precedentes existencias, y
estos se le presentan claramente, y con precisión, con el recuerdo de todo el
bien y el mal que les ha hecho.
XXII. –“El Espíritu encarnado está sujeto a la influencia de su materia.
La persona que se libera por la elevación y la pureza del Espíritu, se acerca a
los buenos Espíritus con los cuales estrechará vínculos en mayor grado.
XXIII. –“La persona que, al contrario, se deja dominar por las bajas
pasiones, y cifra su alegría en satisfacer sus apetitos groseros, se acerca a
los Espíritus impuros, cediendo el campo a la naturaleza animal.
XXIV. –“Los Espíritus encarnados habitan diferentes globos del universo.
XXV. –“Los Espíritus no encarnados, o libres, no ocupan una región
determinada o circunscrita: están en todas partes, en el espacio y a nuestro
lado, nos ven y nos siguen continuamente, formando una población invisible, que
se desenvuelve en nuestro entorno.
XXVI. –“Los Espíritus ejercitan sobre el mundo moral, y también sobre el
corpóreo, una influencia perenne; actúan sobre la materia y los pensamientos, y
forman una de las fuerzas de la naturaleza, que es la causa eficiente de una
cantidad infinita de fenómenos hasta ahora incomprensibles, o incorrectamente
explicados, y que encuentran una solución racional, únicamente, en el
Espiritismo.
XXVII. –“La relación de los Espíritus con los seres humanos son
continuas. Los buenos nos estimulan al bien, nos sostienen en las pruebas de la
vida, y nos ayudan a soportarlas con coraje y resignación; los inferiores nos
inducen al mal, y gozan cuando ven que se sucumbe y se les asemeja a ellos.
XXVIII. –“Las comunicaciones de los Espíritus con los seres humanos son
ocultas o tangibles. Las ocultas tienen lugar por medio de la influencia buena
o mala que ellos, sin darnos cuenta, ejercitan sobre nosotros, con las buenas o
malas inspiraciones, las cuales, con el propio juicio, debemos discernir. Las
comunicaciones tangibles se producen por medio de la escritura, de la palabra o
de otras manifestaciones materiales, las más de las veces por medio de los
médiums, de quienes se sirven como de instrumentos.
XXIX. –“Los Espíritus se manifiestan espontáneamente, o por efecto de
evocación. Pueden evocarse todos los Espíritus, tanto aquellos que han animado
seres humanos oscuros, como los de personajes más ilustres, en cualquier tiempo
que hayan vivido, y los de nuestros familiares, amigos o enemigos, y obtener,
con comunicaciones escritas, o verbales, consejos, aclaraciones sobre su estado
en la dimensión espiritual, sobre sus pensamientos en relación con nosotros,
así como aquellas revelaciones que les son permitidas.
XXX. –“Los Espíritus son atraídos en razón de su simpatía por la
naturaleza moral de las personas que las evocan. Los Espíritus superiores se
complacen de las reuniones serias, en las cuales predomina el amor al bien y el
deseo sincero de instruirse y mejorarse. Su presencia aleja a los Espíritus
inferiores, los cuales, al contrario, tienen libre acceso, y pueden actuar con
plena libertad ente las personas frívolas, o impulsadas por simple curiosidad,
y en general, en donde se encuentran instintos menos depurados. En vez de
obtener buenos consejos y enseñanzas útiles, no se recaba más que frivolidades,
falsedades, bromas de mal gusto y engaños, por cuanto, frecuentemente, asumen
nombres venerables para mejor inducirnos en error.
XXXI. –“Pero, es facilísimo distinguir los Espíritus buenos de los
malos: el lenguaje de los primeros es siempre digno, noble, imbuido de sublime
moralidad, libre de toda baja pasión. Sus consejos inspiran gran sabiduría, y
tienden, siempre, a nuestro mejoramiento y al bien de la humanidad. El de los
segundos, en cambio, es desconsiderado, frecuentemente trivial, y, también,
rústico. Si alguna vez dicen cosas buenas o verdaderas, las dicen, muy seguido,
falsas y absurdas, por malicia o por ignorancia. Toman a juego la credulidad y
se divierten a costa de quienes les interrogan, adulándoles la vanidad, y
alentándoles los deseos con falsas esperanzas. Comunicaciones serias en todo el
sentido de la palabra no se obtienen sino en las reuniones formales, donde
reina una íntima comunión de pensamientos en la obtención del bien.
XXXII. –“La moral de los Espíritus superiores se compendia, como la de
Jesús, en el aforismo: Hacer a los demás lo que, razonablemente, quisiéramos
que nos fuese hecho a nosotros; lo que significa: Hacer siempre el bien, jamás
el mal. El ser humano encuentra en este principio la regla universal, la norma
para cada uno de sus actos.
XXXIII. –“Los Espíritus buenos nos enseñan: -a) Que el egoísmo, el
orgullo y la sensualidad, son pasiones que nos acercan a la naturaleza animal y
nos ligan a la materia; –b) Que el ser humano, el cual en esta vida se desapega
de la materia, despreciando las vanidades mundanas y amando a sus semejantes,
se aproxima a la naturaleza espiritual; –c) Que cada uno de nosotros debe
rendirse útil a los demás según las facultades y los medios que Dios le ha dado
para probarle; -d) Que los fuertes y los poderosos deben sostener y proteger a
los débiles, por cuanto, quien abusa de su fuerza y de su potencia para oprimir
a su semejante, transgrede la ley de Dios; -e) Que en el mundo de los Espíritus
ninguna cosa puede quedar oculta, el hipócrita será desenmascarado y todas sus
torpezas descubiertas; -f) Que la presencia inevitable y continua de todos
aquellos hacia los cuales hayamos actuado mal, es uno de los más tremendos
castigos que se nos ha reservado; -g) Que, en fin, en el estado de inferioridad
o de superioridad de los Espíritus son inherentes insatisfacciones o alegrías,
que nosotros ignoramos. Pero, nos enseñan, también, que no existen culpas
irremisibles, las cuales no puedan ser canceladas con la expiación. El ser
tiene la oportunidad, en las diversas existencias, de mejorarse en razón de sus
deseos y de sus esfuerzos, y de avanzar, de esta manera, en la vía del progreso
hacia la perfección, última y suprema meta”-.
Esta es, en síntesis, la doctrina espirita, la cual resulta de las
enseñanzas de los Espíritus superiores. Veamos, ahora, las objeciones que se
les anteponen.
VII
La oposición de las corporaciones científicas es, para muchos, si no una
prueba, por lo menos una presunción en contra del Espiritismo.
Nosotros, ciertamente, no somos de quienes desprecian los científicos,
que, más bien, los tenemos en gran consideración y estimaremos un honor
tenerlos de nuestra parte; pero, todavía, su opinión no siempre se debe considerar
como un juicio inapelable.
Cuando la ciencia sale del campo de la observación y se entra en el
ámbito de las apreciaciones y de las explicaciones, se abre el campo a las
conjeturas, y cada quien se cree autorizado a anteponer su pequeño sistema
buscando de hacerlo prevalecer, sosteniéndolo férreamente. No vemos, quizá, hoy
día, las más dispares opiniones antes promulgadas como verdades dogmáticas y
después puestas en el bando de los errores rudimentarios? No vemos las grandes
verdades antes rechazadas como absurdos y después universalmente aceptadas y
exaltadas?
Los hechos, constituyen el único, y verdadero, soporte para sustentar
nuestros juicios, el solo argumento sin réplica. Cuando ellos falten, la duda
es la opinión del prudente.
En las cosas notorias la opinión de los doctos hace fe, y esto con
razón, por cuanto ellos saben más y mejor que el vulgo; pero, tratándose de
principios nuevos y de cosas ignotas, su modo de ver las cosas debe, siempre,
considerarse como una hipótesis, por cuanto, también ellos, al igual que
cualquier otro humano, no se encuentran exentos de preconceptos, y, más bien,
se puede decir que el docto tiene, quizá, más prejuicios de cualquier otro, por
cuanto una propensión instintiva le lleva a medir cada cosa con la matriz de
opiniones de sus estudios favoritos. El matemático no ve pruebas posibles que
en una demostración algebraica; el químico, refiere todo a la acción de los
elementos, y así sucesivamente. Las personas que se han dedicado a una rama
especial de la ciencia, se agrupan y se infunden todas sus ideas; haced que
salgan de su ámbito, y las veréis decir insensateces, por cuanto quieren fundir
cada cosa en el mismo caldero, lo cual no es más que una consecuencia de la
humana debilidad. Consultaremos, por lo tanto, voluntariamente, y con plena confianza,
a un químico en torno a una cuestión de análisis; a un físico, sobre el fluido
eléctrico; a un mecánico, en relación con una fuerza motriz; pero, ellos, nos
permitirán, después, y esto sin mermar la estima que han sabido merecer con su
doctrina especial, de no dar igual peso a sus juicios en torno al Espiritismo,
como no lo haríamos con el juicios de un arquitecto en relación a una cuestión
de música.
Las ciencias comunes se basan sobre las propiedades de la materia, que
se puede experimentar y manipular mediante la propia iniciativa; los fenómenos
espiritas, en cambio, se fundan sobre la acción de inteligencias que tienen la
voluntad propia y que no dependen de nuestros propios caprichos. Por lo tanto,
las observaciones en torno a estos fenómenos no pueden ser realizadas de igual
modo que en las ciencias experimentales, y precisan condiciones especiales y un
diverso punto de partida. Quererles subordinarles a nuestros ordinarios
procesos de investigación sería establecer analogías que no existen. Por lo
tanto, la ciencia, propiamente dicha, es, como tal, carente de competencia para
juzgar en torno al Espiritismo: ella no debe ocuparse del mismo, y su juicio,
sea cual fuere, no podría constituir autoridad sobre la materia.
El Espiritismo es el resultado de una convicción personal, que los
científicos pueden tener como individuos, dejando de lado sus convicciones como
científicos; pero, el pretender el sometimiento de la cuestión a la ciencia
sería lo mismo que hacer decidir sobre la existencia del Espíritu a una
asamblea de físicos y astrónomos. De hecho, el Espiritismo reside sobre la
existencia del Espíritu y en su estado después de la desencarnación, y sería,
por lo tanto, un gran error creer que un ser humano deba ser un gran
metafísico, sólo porque es un gran matemático, o anatomista. Este último, en el
examinar el cuerpo humano, busca el Espíritu, y porque no lo encuentra bajo su
bisturí, al igual que se encuentra un nervio, o porque no le ve evaporar como
un gas, deduce, por ello, que el Espíritu no existe, ni de esto sigue que él
tenga razón en contra de la universal creencia.
Está claro que la ciencia común no puede arrogarse el derecho de
sentenciar en torno al Espiritismo.
Cuando las creencias espiritas sean más difusas y aceptadas por las
masas populares (la cual cosa, a juzgar por la rapidez con la que se propaga,
no puede ser muy lejana), entonces ocurrirá con ellas lo que aconteció con
todas las ideas nuevas, las cuales a los inicios tienen, siempre, encontradas
oposiciones y contrastes: los doctos cederán a la evidencia, y se convertirán,
uno a uno, por la fuerza misma de las cosas. Pero, mientras tanto, es
intempestivo distraerles de sus valores especiales para obligarles a ocuparse
de un argumento extraño a sus estudios, cometido y respectivo programa.
Todos aquellos que, privados de la experiencia necesaria en torno a este
argumento, niegan decididamente y escarnecen a quien no acepta su juicio,
olvidan que tocó de igual suerte a todos estos grandes descubrimientos de los
cuales se honra la humanidad, y se exponen a ver sus nombres en la lista de los
ilustres adversarios de las ideas nuevas, inscritos al lado de aquellos
miembros de la docta asamblea que en 1752 acogió con clamorosas risas el
invento de Franklin sobre los pararrayos, y juzgó aquella comunicación poco
seria e indigna de serle presentada, y de aquella otra docta asamblea que más
tarde hizo perder a Francia el primer beneficio de la navegación a vapor,
declarando el sistema de Fulton una utopía irrealizable. Y aquellos eran
argumentos científicos de su propia competencia!
Si, por lo tanto, aquellas academias, que contaban en su seno la flor y
nata de los humanos doctos del mundo, no tuvieron más que burlas y sarcasmos
por las ideas que ellos no comprendieron, pero que, después de pocos años
triunfaron, aportando una verdadera evolución en la ciencia, en las costumbres
y en las industrias, cómo esperar que una cuestión del todo extraña a sus
estudios obtenga, hoy, mejor acogida?
Pero, aun cuando la historia no registrase hechos de tal grave
incomprensión, como los que hemos referido, debemos creer que sea necesario un
diploma oficial para tener buen sentido, y que, fuera de los sabios académicos
la capa del cielo no cubra más que tontos e imbéciles?
Pasad en reseña los seguidores de la doctrina espirita y veréis que son
todo menos idiotas, y que el número de personas de gran ingenio y de gran
autoridad que la han aceptado no permite, por lo tanto, de relegarla entre las
creencias vulgares. El carácter moral y el valor científico y literario de
estos seres humanos, impone, expresamente, que se diga: ya que estos fenómenos
vienen confirmados por personas de este nivel, es preciso, también, convenir
que trata de cosas dignas de ser tomadas en serio.
Es preciso repetirlo, si los hechos de los cuales hablamos se hubiesen
limitado al movimiento mecánico de algunos cuerpos, la búsqueda de la causa
física del fenómeno le correspondería de pleno derecho a la ciencia; pero, ya
que se trata de manifestaciones que se encuentran fuera de las leyes de la
humanidad, la ciencia material no es más competente para juzgarlas, por cuanto
no puede dar la explicación ni por vía de cifras, ni por vía de una fuerza
mecánica.
Cuando ocurre un hecho nuevo que no entra en el campo de una ciencia
conocida, el docto, para investigarlo, debe poner aparte el sistema de su
escuela, y persuadirse de que aquello es un nuevo estudio, el cual,
evidentemente, y razonablemente, no se puede hacer con ideas preconcebidas.
El ser humano que cree infalible su razón está ya, por esto, muy cerca
del error. También aquellos que tienen las ideas más falsas se apoyan siempre
sobre la razón, y por lo tanto rechazan todo aquello que a ellos les parece
imposible. Quienes rechazaron, un día, los admirables descubrimientos de los
cuales, ahora, la humanidad se enorgullece, hacían, también ellos, énfasis en
la razón para repudiarles.
Hoy, como entonces, lo que se quiere denominar como razón, no es más
que, con frecuencia, orgullo encubierto. Ahora como antes, quienquiera que crea
en su infalibilidad es un iluso que se reputa igual a Dios.
Nosotros, por lo tanto, nos dirigimos a quienes, con verdadera
prudencia, dudan de lo que no han visto, pero que, juzgando el porvenir a partir
del pasado, no creen que el saber del ser humano haya alcanzado el límite
externo, ni que la naturaleza volteara para ellos la última página de su libro.
VIII
El estudio de la doctrina espirita, que nos transporta de repente a un
nuevo orden de cosas, de tanta trascendencia, no puede iniciarse con provecho
sino por personas serias, perseverantes, libres de prejuicios, y animados de un
propósito firme, sincero, de alcanzar la meta. Nosotros, por nuestra parte, no
podemos considerar tales quienes con imperdonable ligereza juzgan a priori sin
haber observado todo, dejando de poner en sus investigaciones la perseverancia,
la regularidad y el recogimiento, que son tan necesarios. Mucho menos podremos
considerar como serios a quienes que, por no afectar su fama de gente de
espíritu, se la ingenian para encontrar un lado burlesco también en las cosas
más graves e importantes., o que, por lo menos, son considerados tales por
personas cuyo carácter y convicciones le da el derecho al respeto de quienes
quieren merecer el título de personas educadas. Quien, por lo tanto, considere
los hechos de los cuales tratamos indignos de sí, y de su atención, se abstenga
de ocuparse de los mismos; pero, dado que nadie piensa a violentar sus
creencias, sepa, por lo menos, respetar las de los demás.
Estudio grave y ponderado es, ú
nicamente, aquel que se cumple con asiduidad. Existe, quizá, razón para
maravillarse si, con frecuencia, no se obtienen respuestas sensatas a ciertas
preguntas, las cuales, por cuanto serias sean en si mismas, todavía son
realizadas a oscuras, y se aventuran, descuidadamente, entre otras cien
absurdas y ridículas?
Por otra parte, una cuestión, con frecuencia es compleja, por la cual
cosa, mientras tanto sea definida, requiere que se definan otras preliminares o
complementarias. Quien desea profundizar en una ciencia, debe estudiarla con
método, comenzando por los rudimentos, y seguir la concatenación y el
desarrollo de las ideas. Quien al azar dirigiese una pregunta a un docto que
ignorase los principios más elementares, no podría tener una respuesta adecuada.
El científico mismo, aunque animado por la mejor voluntad, no podría dar una
respuesta satisfactoria. Cualquier respuesta, por lo aislada, no podría dejar
de resultar incompleta, y por lo tanto, incomprensible, con el riesgo de
parecer absurda y contradictoria. Lo mismo ocurre en las relaciones que
establecemos con los Espíritus. Si queremos instruirnos en su escuela, es
necesario asistir a un curso entero de lecciones; pero, al igual que solemos
hacer en otras circunstancias de la vida, ayudará el saber escoger los maestros
y trabajar con asiduidad.
Hemos ya dicho que los Espíritus superiores intervienen sólo a las
reuniones serias, y, especialmente, en aquellas en las cuales domina una
perfecta comunión de pensamientos y de sentimientos, animados por el deseo del
bien. Las ligerezas y las cuestiones de poca o de ninguna importancia, al igual
que entre los humanos alejan a la gente razonables, de la misma manera alejan,
en las sesiones espiritas, las inteligencias superiores, en cuyo caso queda el
campo libre a la turba de los Espíritus mentirosos, frívolos, burlones, que se
encuentran, siempre, pendientes de la ocasión para burlarse, y divertirse, a
expensa de los participantes. Y cuál éxito se puede esperar en tales reuniones
a una pregunta seria? Obtendrá respuesta; pero, de quién? Sería como si en
medio de un grupo de jóvenes festivos alguno pensase de preguntar: Qué es el
Espíritu? Qué es la desencarnación?
Si queréis tener respuestas serias, sed serios vosotros mismos en todo
el significado de la palabra; entonces, de esta manera obtendréis resultados
importantes. Sed lo más que podáis laboriosos y perseverantes en vuestros
estudios, de otra manera los Espíritus superiores os abandonarán, al igual que
el maestro abandona a los alumnos negligentes.
IX
El movimiento espontáneo de algunos objetos inertes es un hecho notorio
e innegable; queda, sólo por ver si en este movimiento hay o no una
manifestación inteligente, y cual es su origen.
Nosotros, aquí, no hablaremos del movimiento inteligente de algunos
objetos, ni de las comunicaciones verbales, ni de aquellas que son escritas
directamente por el medium, por cuanto este tipo de manifestaciones, si bien
son evidentes para quienes las han observado e investigado profundamente los
fenómenos, no parecen, a simple vista, suficientemente independientes de la
voluntad del medium, y dejan, siempre, algunas dudas en un observador que se
inicia.
Nos limitaremos a hablar de las escrituras obtenida por medio de algún
objeto al cual haya sido adaptado un lápiz, como una tablilla, una cestita y
similares, por cuanto la manera en la cual los dedos del medium deben apoyarse
sobre la misma, rinde del todo imposible, aún a la mano más experta y ejercitada,
imprimirle movimientos tales que puedan trazar determinados caracteres. Y, por
otra parte, también admitiendo que con habilidad extraordinaria se pueda
inducir a engaño al ojo más agudo y sagaz, cómo explicar la naturaleza de las
respuestas, cuando son diferentes de todas las ideas y de todas las cogniciones
del medium, como cuando, por ejemplo, su mano, de todo ignaro de letras,
escribe con gran celeridad sublimes poesías de indescriptible pureza, que los
más ilustres autores no despreciarían de aceptar como propias? Y, se observe
que no se trata, ya, de pocos monosílabos o de pocas palabras, sino de muchas
páginas escritas con una rapidez maravillosa, bien sea espontáneamente, como
sobre un tema preestablecido.
Lo que, posteriormente, acrecienta la importancia de estos fenómenos, es
el hecho que, ellos, se reproducen por todas partes, y que los médiums se
multiplican al infinito. Pero, estos hechos, son reales, o no? A esta duda,
respondemos una sola cosa: mirad y observad; las ocasiones no os faltarán.
Prestad atención, pero, de observar frecuentemente, por largo tiempo, y en las
debidas condiciones.
-Qué responden a la evidencia de los hechos los opositores? Nos dicen:
Vosotros sois víctimas de la charlatanería, juguete de una ilusión.
Pero, nosotros nos permitimos de observar que la palabra charlatanería
no tiene sentido donde no hay provecho; los charlatanes, por lo que nosotros
sabemos, no ejercitan gratuitamente su arte. Podría tratarse, por lo tanto, a
lo sumo, de una inocente comedia. Pero, entonces, en virtud de cual extraña
combinación estos comediantes se habrían puesto de acuerdo de una parte a otra
del mundo, para producir los mismos efectos, y para dar sobre los mismos
argumentos y en idiomas diferentes, idénticas respuestas, si no en cuanto a las
palabras, por lo menos en lo relativo al sentido de las mismas? Por qué tantas
personas honestas, serias, dignas y doctas, se prestarían a estas maniobras y
con cuál finalidad? Cómo explicar que se encuentre hasta en los niños y en los
ignorantes la paciencia y la habilidad necesarias al respecto? Aún cuando no se
quiera admitir que los médiums son simples instrumentos del todo pasivos, es
preciso, necesariamente, admitir, en ellos, aptitudes y cogniciones
incompatibles con determinadas edades y con ciertas condiciones sociales.
En cuanto, después, a la otra afirmación, es decir, que si no hay
engaño, puede, perfectamente, haber un juego de ilusión, respondemos que: A
querer seguir los dictámenes de la lógica, a la cualidad de los testigos se
debe, también, atribuir una cierta importancia. Es, por lo tanto, el caso de
preguntar si la doctrina espirita, la cual hoy aglutina a sus adherentes por
millones, los capta, quizá, exclusivamente entre los ignorantes?
Los fenómenos sobre los cuales la doctrina espirita se fundamenta, son
de tal manera extraordinarios, que es natural que hagan nascer ciertas dudas;
pero, lo que no podemos comprender es la pretensión de algunos incrédulos que
se atribuyen el monopolio del buen sentido, y sin ningún miramiento a la
conveniencia y al respeto debido a los adversarios, consideran, sin duda, como
imbéciles a todos aquellos que disienten de ellos. Para cualquiera que tenga
una pizca de sentido común, el parecer de las personas cultas que han visto,
estudiado, y meditado por largo tiempo sobre una cuestión, será, siempre, si no
una prueba, por lo menos una presunción a favor de la importancia de la cosa en
sí, si no por otra cosa, por el hecho que ella atrae la atención de personas
serias, las cuales no tienen ni el interés de propagar un error, ni el tiempo
para perder en cosas frívolas.
X
Entre las objeciones que se hacen, las hay de las mejores, por lo menos
en apariencia, por cuanto, no por otra cosa, han sido deducidas por la
observación, y antepuestas por personas serias.
Una de estas objeciones es derivada del lenguaje que ciertos Espíritus,
que, frecuentemente, no es conveniente a la elevación que se supone deba haber
en seres espirituales. Pero, quien quiera revisar el resumen de la doctrina que
hemos ya expuesto, encontrará que los mismos Espíritus nos enseñan que ellos no
son todos iguales, ni en cogniciones ni en moralidad, y que no se debe aceptar,
ciegamente, todo lo que ellos dicen. Quien tiene sensatez sabe distinguir lo
bueno de lo malo. Aquellos que, después que de esto derivan la consecuencia que
nosotros debemos tratar con seres maléficos, que no tienen otro propósito que
inducirnos al engaño, ignoran las comunicaciones que, frecuentemente, se tienen
en las reuniones donde se manifiestan Espíritus superiores, de otra manera, no
pensaría así. Es, en verdad, lamentable, que la casualidad le haya resultado
tan mal, de no mostrarles más que el lado negativo del mundo espiritual, ya que
no queremos ni siquiera suponer que una cierta afinidad le haya atraído
aquellos Espíritus burlones o falsos, y aquellos cuyo lenguaje repugna por su
vulgaridad.
Pero, juzgar la cuestión de los Espíritus por a la vista parcial de
estos hechos, sería tan ilógico, como el juzgar el carácter de un pueblo por lo
que se dice o hace en una asamblea de unos cuantos aturdidos o de gente de
dudable reputación, en la que no participan ni los sabios ni las personas
sensatas. Estos se encuentran en la misma condición de aquel forastero, quien,
llegando en una esplendida capital por el más feo suburbio, juzgase a todos los
habitantes por las costumbres y el lenguaje que tienen los de aquel ínfimo
sector. También en el mundo de los Espíritus hay una sociedad buena y otra de
inferior progreso. Tomaos el interés de estudiar lo que sucede entre los
Espíritus elevados, y quedaréis convencidos de que en la dimensión espiritual
encierra otra cosa muy diferente que el refugio del pueblo.
Pero, alguno podrá decir: Los Espíritus elevados, vienen en medio de
nosotros? A lo que respondemos: No os paréis en el suburbio; mirad, observad y
después, juzgaréis. Los hechos están allí para todos, a menos que no se deban
aplicar a vosotros estas palabras de Jesús: Tienen ojos y no ven; oídos, y no
oyen.
Una variante de esta opinión no ve en las comunicaciones y en todos
aquellos fenómenos materiales del Espiritismo que la obra de una potencia
diabólica, nuevo Proteo, que revestiría variadísimas formas para mejor
engañarnos. Por cuanto no creemos esta opinión digna de ser tomada en cuenta,
no nos detendremos mucho sobre ella, especialmente porque a refutarla basta lo
que ya hemos dicho. Agregamos solo que, si así fuese, convendría creer o que el
diablo tal vez sea muy sabio, razonable y moral, o que existan, también, buenos
diablos. Cómo creer que Dios pueda permitir al Espíritu del mal de manifestarse
para inducirnos a la perdición, y no nos conceda, por otra parte, como
contrapeso, los consejos de los buenos Espíritus? Si no pudiese, sería un
defecto de fuerza; si pudiese y no lo hiciese, sería incompatible con su
bondad: dos grandes blasfemias. Se advierta, por otra parte, que admitir las
comunicaciones de los Espíritus del mal sería reconocer la realidad de las
manifestaciones, y si son reales, no pueden suceder sin el permiso de Dios, y
no se podría afirmar sin impiedad que Él permite el mal y prohíbe el bien. Una
tal afirmación es contraria a las más simples nociones del buen sentido y de la
moralidad.
XI
Objetan, algunos, que es algo muy extraño que, en las manifestaciones se
nombren, normalmente, Espíritus de personajes notables, y solicitan la razón
por la cual se comunican, mayormente, sólo estos.
Es, esto, un error que nace, como muchos otros, de una imperfecta
observación.
Entre los Espíritus que vienen a nosotros espontáneamente, mucho más que
de los ilustres, los hay de los ignotos, que se presentan con un nombre
cualquiera, y, con frecuencia, con uno alegórico, o característico. En cuanto a
los Espíritus que vienen evocados, a menos que no se trate de un pariente o de
un amigo, es natural orientarse, más bien, a los conocidos que a los
desconocidos. Y, dado que los nombres de las personas célebres atraen,
mayormente, nuestra atención, se deriva que se notan con preferencia de otros.
Muchos encuentran extraño que los Espíritus de las personas célebres se
dignen de acudir, familiarmente, a nuestro llamado, y se ocupen, alguna vez, de
cosas de cosas muy mezquinas en relación con las que ellos cumplieron en su
vida terrestre. Pero esto no maravilla a quienes saben que la potencia y la
consideración de las cuales estos seres gozaron en la tierra, no siempre les
otorga, a ellos, una posición privilegiada en el mundo de los Espíritus, lo
cual es confirmado por el aforismo: Los poderosos serán humillados, los
humildes serán exaltados. Esto deberá entenderse respecto al grado que cada uno
de nosotros ocupará en la dimensión espiritual: de esta manera, aquel que ha
sido el primero en la tierra podría estar allí entre los últimos, y aquel
frente a quien inclinaban la cabeza mientras se encontraba en vida corpórea,
puede regresar como el más humilde de los humanos, por cuanto al dejar esta
existencia ha, también, dejado toda su grandeza: el más potente monarca, en el
mundo de allá, puede despertarse inferior al más humilde de sus súbditos.
XII
Es un hecho demostrado por la observación y confirmado por los mismos
desencarnados que los Espíritus inferiores usurpan, con frecuencia, nombres
conocidos y venerados. Quién, por lo tanto, puede asegurarnos que aquellos que
aseveran de haber sido, por ejemplo: Sócrates, César, Napoleón, Washington, y
otros, hayan realmente animado el cuerpo de cada uno de estos personajes?
Una tal duda existe, también, entre algunos seguidores fervientísimos de
nuestra doctrina, quienes admiten la intervención y las manifestaciones de los
Espíritus, pero inquieren sobre las pruebas que podrían tener de su identidad.
La reprueba, es por lo tanto, bastante difícil; pero si no se puede obtenerla
de manera auténtica como para un acto de estado civil, ella, con la percepción
de algunos indicios, se puede conseguir, si no en modo absoluto, por lo menos
con suficiente factibilidad.
Cuando se manifiesta el Espíritu de alguno que nos es conocido
personalmente, por ejemplo, un amigo, o un pariente, especialmente si ha
desencarnado recientemente, ocurre, en general, que su lenguaje concuerda a la
perfección con su carácter, y esto es, ya, un indicio de identidad; pero la
duda no tiene más razón para existir cuando este Espíritu habla de cosas
domésticas, y recuerda circunstancias de familia conocidas solamente por el
interlocutor. Un hijo no se engaña, ciertamente, sobre el modo de hablar de su
padre, o de su madre, ni los padres sobre aquel de sus propios hijos. En estas
evocaciones íntimas ocurren, con frecuencia, particularidades extraordinarias y
tales de convencer los más incrédulos. También escépticos endurecidos han
quedado sorprendidos a estas inesperadas revelaciones.
A confirmar la identidad interviene otra circunstancia muy
característica. Hemos ya dicho que la escritura del medium cambia, en cada
caso, al hacerlo el Espíritu comunicante, la cual se reproduce, exactamente,
cada vez que se presenta el mismo Espíritu. Ahora se ha observado miles de
veces que, especialmente desencarnadas desde poco tiempo, la escritura del
medium tiene una similitud maravillosa con la que la persona tenía en vida, y
se han visto algunas firmas con perfecta precisión. Se tenga presente, que no
entendemos dar este hecho como una regla, y mucho menos como constante: se
refiere, únicamente, como algo digno de ser notado.
Solamente los Espíritus que han alcanzado un determinado grado de
purificación son libres de toda influencia corpórea. Pero, cuando no se han
desligado completamente de la materia, guardan la mayor parte de las ideas, de
las tendencias y de las pasiones que tenían en la tierra. También esto es un
medio para reconocerles además de una atenta y asidua observación que se puede
siempre recabar de una cantidad de hechos y de minucias que se verifican. Por
ejemplo, cuando los Espíritus de algunos escritores discuten sus propias obras
o doctrinas aprobando o desaprobando algunas partes, u otros Espíritus
recuerdan circunstancias ignoradas o poco conocidas de su vida o de su
desencarnación, cosas, todas, que constituyen otras tantas pruebas morales de
identidad, las únicas, en fin, que se pueden pretender en el campo de las
cuestiones abstractas.
Si la identidad del Espíritu evocado puede, por lo tanto, ser probada
hasta cierto punto, en muchos casos, no hay razón para negarla o ponerla en
duda en los demás; y si para la persona desencarnada desde hace largo tiempo no
existen los mismos medios de control, no faltan aquellos del lenguaje y del
carácter moral, por cuanto, ciertamente, el Espíritu de una persona virtuosa no
hablará jamás como el de un disoluto.
En cuanto a los Espíritus que para engañar se presentan con nombres
venerables, ellos se traicionan muy rápido, en el hablar y en el contenido de sus
pensamientos, como, por ejemplo, quien dijese ser Fenelon, y ofendiese, aunque
fuese sólo circunstancialmente, el buen sentido y la moral, haría descubrir,
enseguida, su engaño. Si al contrario, los pensamientos que exprime fuesen
siempre puros, sin contradicciones y en armonía con el carácter del gran
orador, no se podría poner en duda su identidad, de otra manera, convendría
suponer que un Espíritu, el cual predica, únicamente, el bien, pueda mentir con
propósito deliberado.
La experiencia enseña que los Espíritus del mismo grado, análogo
carácter y afines sentimientos, se reúnen en grupos y en familia, y dado que el
número de los Espíritus es incalculable, y nosotros estamos muy lejos de
conocerlos todos, y que, en su inmensa mayoría no tienen nombres conocidos,
puede suceder fácilmente que un Espíritu de la categoría de Fenelon venga en su
lugar, también enviado por él, cual mandatario, y se presente con su nombre,
porque idéntico a él es capaz de subrogarlo. Y esto porque nosotros tenemos
necesidad de un nombre para fijar nuestras ideas. Y, realmente, qué importa que
el Espíritu sea o no el de Fenelon? Si él dice, solamente, cosas buenas, y
habla como lo hubiese hecho el mismo Fenelon, da la prueba de ser un Espíritu
bueno: el nombre con el cual se hace conocer es indiferente, por cuanto, a lo
sumo, es, únicamente, un medio para retener nuestra atención. En las
evocaciones de personas íntimas el caso es diferente, porque en ellas, como
hemos dicho ya, la identidad puede establecerse con pruebas casi evidentes.
Del resto, es innegable que la sustitución de los Espíritus puede
ocasionar un gran número de inconvenientes, y producir, en consecuencia,
errores y engaños. Esta es una dificultad del Espiritismo práctico, pero, jamás
hemos dicho que la ciencia espirita sea una disciplina fácil, de poderse
aprender bromeando, como un pasatiempo. En cambio, es preciso repetir, y lo
haremos en cada oportunidad que se presente, que ella requiere un estudio
profundo, y con frecuencia, muy largo y paciente.
Dado que no depende de nosotros que los hechos se produzcan, debemos
esperar que se presenten espontáneos, por cuanto, frecuentemente, están
determinadas por circunstancias a las cuales menos se pensaba. Estos hechos
abundan para el observador atento y paciente, ya que él descubre miles de
pequeños particulares característicos, que son como otros tantos rayos de luz.
Y esto ocurre, también, en las demás ciencias. De esta manera, por ejemplo,
mientras la persona superficial no ve en una flor más que un cuerpo gracioso
que atrae, por un instante, su mirada, el docto descubre tesoros preciosísimos
para las más altas especulaciones de la mente.
XIII
Las observaciones que hemos expuesto nos llevan a ocuparnos, brevemente,
de otra dificultad, es decir, de las contradicciones que frecuentemente se
encuentran en el lenguaje de los Espíritus.
Por cuanto los Espíritus difieren los unos de los otros tanto por
cogniciones como por moralidad, está claro que la misma pregunta puede tener
varias respuestas, y, también, opuestas, según el grado que los Espíritus han
alcanzado, precisamente como si la misma pregunta se formulase, entre los
humanos, a un docto, a un ignorante y a un bufón. El punto clave de la cuestión
reside, como hemos dicho, saber a quien nos dirigimos.
Pero, admitido, también, esto, cómo es que tampoco los Espíritus
superiores se encuentran siempre de acuerdo?
A esta objeción, nosotros respondemos que, además de la causa que hemos
ya expuesto, existen otras que pueden tener una cierta influencia sobre la
naturaleza de las respuestas. También de este punto esencial puede dar
explicación el solo estudio, pero, repetimos que, estos estudios precisan una
atención constante, una profunda observación, y sobre todo asiduidad y
perseverancia, aspectos, por lo demás, que son necesarios en el estudio de
todas las ciencias humanas. Ocurren años y años para formar un médico a nivel
normal, las tres partes de la existencia, para formar un docto, y se
pretendería de adquirir en pocas horas la ciencia del infinito? Es preciso
ubicarse en la realidad: el estudio del Espiritismo es inmenso, porque abraza
todas las cuestiones de la metafísica y del orden social; es un mundo entero
que se abre delante de nosotros; por qué maravillarse, entonces, si es
necesario tiempo, mucho tiempo, para transformarse en una autoridad en la
materia?
Por otra parte, las contradicciones no son, siempre, tan reales como lo
parecen, a simple vista.
No vemos, nosotros, quizá, cada día, personas que profesan la misma
ciencia, diferir en las definiciones que dan sobre un tópico, bien sea por que
utilizan vocablos diferentes, o, porque consideran el mismo bajo otro punto de
vista, aún cuando la idea fundamental sea siempre la misma? Que cuente, quien
pueda hacerlo, el número de definiciones que se han dado, hasta ahora, de la
gramática. Y, se agregue que, la forma de la respuesta, depende, con frecuencia,
por la de la pregunta. Sería, por lo tanto, pueril, centrarse en la búsqueda de
contradicciones donde, lo que hay, la mayor parte de las veces, una simple
variación de terminología. Los Espíritus superiores no hacen caso, en absoluto,
a la forma: para ellos el fondo del pensamiento lo es todo.
Tomemos, por ejemplo, la definición del Espíritu. Por cuanto esta
palabra no tiene, aún, un significado universalmente aceptado, los Espíritus,
al igual que nosotros, pueden diferir en definirle. De esta manera, uno dirá
que es el principio de la vida; otro, chispa espiritual; un tercero afirmará
que él es lo interior; un cuarto expresará que es eterno; y todos tendrán razón
desde su propio punto de vista. Sucederá lo mismo respecto a Dios: uno dirá que
es el principio de todas las cosas, y otros, el Creador del Universo, la
inteligencia suprema, el infinito, el Gran Espíritu, y, en suma, sea cual fuere
la forma en que se defina, se entenderá, siempre, Dios.
Para citar un último caso, sucederá lo mismo con la clasificación de los
Espíritus, por cuanto forman, ellos, una escala progresiva no interrumpida
desde el grado ínfimo al supremo, por lo que se deriva que, sin caer, por esto,
en error, uno puede hacer, al respecto, tres clasificaciones, otros, cinco,
algunos, diez, y otros más, veinte. Todas las ciencias humanas nos ofrecen
ejemplos similares, por cuanto, si cada docto tiene su propio sistema, los
sistemas cambian, pero, la ciencia no varía. Que se aprenda la botánica con el
sistema de Linneo, o con el de Jussieu, o con el de Tournefort, poco importa,
habréis, siempre, conocido la botánica. Cesemos, pues, de dar a las cosas
netamente convencionales una importancia mayor de la que merecen, y
apliquémonos, seriamente, a lo esencial, y, con frecuencia, la reflexión nos
hará descubrir, en lo que parece más diferenciado, una analogía, que se nos
había escapado en el primer examen.
XIV
Dejaríamos de lado, voluntariamente, la objeción de muchos escépticos
sobre los errores ortográficos cometidos por muchos Espíritus en sus
comunicaciones, si ella no nos diese la ocasión de hacer una importante
observación.
En verdad, la ortografía de algunos Espíritus no es, siempre,
irreprochable; pero, si quienes anteponen la objeción atribuyen importancia a
un hecho tan frívolo, es un signo de que carecen de verdaderas razones para
anteponerlas.
Nosotros, podríamos oponer a esta dificultad las muchas faltas de este
tipo cometidas por no pocos sabios de la tierra, cosa que, por lo demás, no les
quita, a ellos, ningún mérito; pero, en este hecho hay algo más importante.
Para los Espíritus, y de manera especial para los del orden superior, la idea
es todo, mientras que, la forma no es nada. Desvinculados de la materia, el
lenguaje que utilizan entre ellos es rápido como el pensamiento, porque es el
pensamiento mismo que se comunica sin medio alguno; por lo que se comprende
cuanto deba resultarles embarazoso comunicarse con nosotros, al verse obligados
a utilizar las formas largas y complejas del lenguaje humano, insuficiente e
inepto para expresar sus ideas. Ocurriría lo mismo con nosotros, si debiéramos
expresarnos en una lengua más prolija en las palabras y en las frases, y en las
expresiones más pobres de la que, habitualmente, hacemos uso. Es el
inconveniente de los grandes ingenios cuyo fulmíneo pensamiento es más rápido
que el movimiento de su pluma.
De esto se vislumbra como los Espíritus dan poca importancia a la
corrección ortográfica, especialmente cuando se trata de una enseñanza vital.
Del resto, no es suficientemente maravilloso que ellos hablen,
indiferentemente, todas las lenguas, y las entiendan todas? Ni de esto,
todavía, se puede concluir que ellos ignoren la corrección convencional del
lenguaje, por cuanto, de hecho, lo observan con precisión, cuando es necesario,
como lo demuestran ciertas poesías dictadas por ellos que desafían la crítica
del más escrupuloso purista, y esto no obstante la ignorancia del medium.
XV
Hay quienes ven peligros en todas partes, especialmente en lo que
desconocen, atribuyéndole al estudio de nuestra doctrina la errónea
consecuencia vinculada con el riesgo del uso de la razón.
Cómo es posible que personas sensatas puedan ver en esto una objeción?
No ocurre, quizá, lo mismo con todas las grandes tensiones en los cerebros
débiles?
Quién puede contar los maníacos o los que han enloquecido por el estudio
de las matemáticas, de la medicina, de la filosofía, y de otras disciplinas? Y,
entonces, habrá que renunciar a estos estudios?
Si por las fatigas corporales uno se estropea los brazos y las piernas,
que son los instrumentos de la acción material, por los de la mente el órgano
susceptible de ello es el cerebro. Pero si el instrumento se daña, no ocurre lo
mismo con el Espíritu, que queda intacto, y cuando sea libre de la materia,
reemprende la plenitud de sus facultades, después de haber estado en su género,
también él, un mártir del trabajo. Todas las grandes tensiones de la mente
pueden producir perturbaciones psicológicas; las ciencias, las artes y las
actividades religiosas, les proporcionan, todas, su contingente. La locura
tiene por causa principal una disposición orgánica del cerebro, que lo rinde
accesible a determinadas impresiones. Dada, por lo tanto, esta natural
disposición, la locura tomará el carácter del pensamiento dominante, que,
entonces, se convertirá en una fijación, y podrá ser la de los Espíritus de los
cuales se ha ocupado, y en otros la de Dios, de los ángeles, del demonio, de la
fortuna, del poder, de un arte, de una ciencia, de un sistema político o
social. Es probable que la persona con desequilibrios mentales por acción de la
religión, también los habría tenido con el Espiritismo si este hubiese sido su
pensamiento dominante, al igual que tuviese por causa el Espiritismo las habría
tenido bajo cualquier otra forma según las circunstancias.
Nosotros, por lo tanto, decimos que el Espiritismo no presenta por este
aspecto peligros mayores que cualquier otra disciplina. Pero, vamos, aún, más
lejos, afirmamos que el Espiritismo bien comprendido y aplicado, es un eficaz
medio de prevención en contra de la demencia.
Entre las causas más frecuentes de sobreexcitación cerebral hay que
destacar los desengaños, las adversidades, los efectos de las contradicciones,
cosas que se encuentran todas, al mismo tiempo, entre las causas de la
desencarnación voluntaria. Ahora, el verdadero espiritista mira las cosas de
esta dimensión desde una sublime elevación mental, por lo que, les parecen
pequeñeces y mezquindades frente al porvenir que le espera. La existencia
terrena es para él tan breve y fugaz, que considera las tribulaciones casi como
pequeñas molestias de un viaje. Lo que a otro le produciría una conmoción
violenta, le impresiona apenas, y del resto, él sabe que los afanes de la vida
son pruebas que le ayudan a progresar, si las soporta con resignación, por
cuanto será recompensado con la medida del coraje con que ha sabido superar.
Sus convicciones les dan una fuerza de ánimo tal de preservarle de la
desesperación, y en consecuencia, de una causa inmediata de la locura y de la
desencarnación voluntaria.
Él conoce, por otra parte, por la experiencia adquirida comunicando con
los Espíritus, cual es la suerte reservada a quienes abrevian voluntariamente
la vida, y aquel cuadro es verdaderamente tal capaz de disuadir quien no esté
trastornado por aquel triste propósito, por la cual cosa no han sido pocos
quienes, adiestrados por las comunicaciones de los Espíritus, han rectificado a
tiempo en aquella equívoca intención. Que se complazcan en reír a sus anchas,
los incrédulos; nosotros, por nuestra parte, les deseamos las inefables
consolaciones que el Espiritismo procura a todos quienes logran descubrir sus
excelencias espirituales.
Entre tantas causas de trastornos mentales, va incluida, por cierto, la
del temor, y la del demonio, que ha trastornado más de una mente. Quién puede
contar el número de las víctimas hechas por el terror suscitado en débiles
Espíritus con aquel cuadro imaginario que algunos se esfuerzan en maximizar
añadiéndoles horribles particulares?
Estos individuos nos responden que el diablo no ha sido hecho más que
para atemorizar a los niños, y que constituye un freno para rendirles buenos.
Quienes creen, también, a la eficacia educativa del cuento del lobo feroz, no
se percatan de que, cuando hayan abierto los ojos, dándose cuenta de lo
infundado del terror, se transforman en peores que antes. Y pensar que para
obtener un solo resultado positivo, son innumerables las epilepsias producidas
por el impacto sobre mentes, todavía, tiernas!
La espiritualidad, en verdad, sería algo débil, si renunciando al arma
del terror, debería perder su eficacia; pero, afortunadamente no es así. El
Espiritismo ofrece los mejores medios para el auto-gobierno del Espíritu.
Mostrando la realidad de las cosas, se controlan los efectos indebidos de un
exagerado temor.
XVI
A estas alturas, no nos queda más que examinar dos opiniones, por cuanto
se fundan sobre teorías registradas. Tanto una como la otra admiten la realidad
de todos los fenómenos físicos y morales de los cuales nos ocupamos; pero,
excluyen, en su totalidad, la intervención de los Espíritus.
Según la primera, todas las manifestaciones atribuidas a los Espíritus
no serían más que efectos magnéticos. Los médiums estarían en un estado que
podría denominarse sonambulismo en vigilia, fenómeno del cual cada estudioso
del magnetismo ha podido ser testigo. En tal estado las facultades del
intelecto adquieren un desarrollo anormal, y la esfera de sus percepciones
intuitivas se extiende más allá de los límites de nuestra ordinaria concepción.
El medium obtendría de sí mismo, por la fuerza de su propia lucidez, todo lo
que dice y todas las nociones que comunica, también alrededor de cosas que le
son del todo extrañas en su estado normal.
No seremos nosotros, ciertamente, que pondremos en duda la potencia del
sonambulismo, del cual hemos visto los prodigios y estudiado todas las fases
desde hace más de treinta y cinco años; más bien, admitimos que muchas
manifestaciones espiritas pueden explicarse por su intermedio. Pero, la
observación atenta y continua presenta un gran número de hechos, en los cuales
la intervención del medium, aparte de su intervención pasiva, es del todo
imposible. A quien es de esta opinión, les decimos como a los otros: Mirad y
observad, porque, ciertamente, os queda mucho por ver. Les oponemos, a ellos,
dos consideraciones extraídas de su propio sistema. De dónde vino la teoría
espirita? Es, quizá, una hipótesis imaginaria, enunciada por alguien, para
explicar los fenómenos? Ciertamente que no. Quién, por lo tanto, la ha
revelado? Precisamente aquellos mismos médiums sonámbulos, de los cuales,
vosotros, tanto exaltáis la lucidez. Ahora, si esta lucidez es tal como
vosotros la suponéis, por qué la habrían, ellos, atribuido a los Espíritus,
sabiendo que se deriva de ellos mismos? Cómo es posible que hubiesen dado esos
precisos particulares, tan lógicos y sublimes, en torno a la naturaleza de
estas inteligencia ultraterrenas? De las dos, una: o son lúcidos, o no lo son;
en caso afirmativo, y siempre que se tenga confianza en su veracidad, no se
puede, sin contradicción, admitir que no estén en lo cierto. Por otra parte,
luego, si todos los fenómenos tuviesen origen en el medium sería idénticos en
la misma persona, y no se vería ésta ahora utilizar un lenguaje, luego otro, ni
exprimir, cada vez, sentimientos contrarios. Tal ausencia de unidad en las
manifestaciones obtenidas por medio del mismo medium prueba la diversidad de
las fuentes de las cuales provienen, y si resulta imposible encontrar todas estas
fuentes en el medium, está claro que habrá que buscarlas fuera de él.
Según la otra opinión, el medium es, en sí, el origen de las
manifestaciones, pero, en vez de que emanen de él, como pretenden los
partidarios de la teoría del sonambulismo, las trae del medio ambiente. De este
modo, el medium sería una especie de espejo, que reflejaría todas las ideas,
todos los pensamientos, y todas las cogniciones de las personas que lo
circundan, y no diría nunca cosa alguna que no fuese conocida por lo menos por
una de ellas. Nosotros no negaremos, ciertamente, la influencia ejercitada por
los asistentes sobre la naturaleza de las manifestaciones, que, inclusive, esto
forma un principio de nuestra doctrina; pero, esta influencia es muy diversa de
aquello que se supone, y de esto a la afirmación de que el medium no sea otra
cosa que el reflejo de sus pensamientos media una gran diferencia, por cuanto
miles de hechos establecen, claramente, lo contrario. Es este, por lo tanto, un
error gravísimo que prueba, una vez más, el peligro de las conclusiones
prematuras. Quienes, no pudiendo negar la realidad de un fenómeno del cual la
ciencia común no puede aportar razón alguna, y no queriendo admitir la
presencia de los Espíritus, lo explican a su manera. Esta teoría, en verdad,
sería más que ingeniosa, si pudiese abrazar todos los hechos; pero no es así.
Sin embargo, aún si se demuestra con evidencia a sus sustentadores como ciertas
comunicaciones del medium sean del todo extrañas a los pensamientos, a los
conocimientos, a las opiniones mismas de todos los presentes, y como, en
cambio, resultan, con frecuencia, espontáneas, contradiciendo a todas las ideas
preconcebidas, ellos se obstinan a no hacer caso alguno de estas dificultades.
La irradiación del pensamiento, dicen, se extiende más allá del círculo
inmediato que les circunda: el medium es el reflejo de toda la humanidad, de
manera que, si él no puede encontrar las inspiraciones a su alrededor, va a
buscarlas en las afueras, en la ciudad, en el país, en todo el globo, y, aún,
en otras esferas.
Según nosotros, la explicación que esta teoría daría a los fenómenos, es
menos simple y probable de la que aporta el Espiritismo, por cuanto supone una
causa mucho más maravillosa. La idea de seres que pueblan la inmensidad del
espacio, y que, estando en contacto perenne con nosotros, nos comunican sus pensamientos
no ofende en absoluto la razón como lo hace aquella irradiación general, que
desde todos los puntos del universo vendría a concentrarse en el cerebro de una
persona.
Es preciso repetirlo, por cuanto este es un punto de capital
importancia, sobre el cual es importante insistir, que tanto la teoría del
sonambulismo como la que podría denominarse del reflejo, fueron imaginadas por
ciertos pensadores, y no son otra cosa que opiniones individuales creadas para
explicar un hecho, mientras que la doctrina de los Espíritus no es de humana
factura: ella fue dictada por las mismas inteligencias invisibles que se
manifestaron cuando nadie pensaba en ello, y, que, al mismo tiempo, se les
manifestaban firmemente en contra todas las opiniones.
Por lo antes expuesto, nosotros preguntamos hasta donde fueron los
médiums para aprehender una doctrina que no existía en absoluto en el
pensamiento de nadie sobre la tierra, e inquirimos, por otra parte, por cuál
extraña coincidencia miles de médiums, esparcidos sobre todos los punto de la
tierra, y que jamás se han encontrado, se hayan podido ponerse de acuerdo para
decir exactamente lo mismo? Si el primero de los médiums surgidos en Francia ha
experimentado la influencia de opiniones ya acreditadas en América, por cuál
vía bizarra se fue a tomar en préstamo sus ideas a dos mil leguas más allá de
los mares, en un pueblo extranjero por sus costumbres y lenguaje, en vez de
tomarlas, cómodamente a su alrededor?
Pero, aún hay otra circunstancia a la cual no se le ha dado toda la
atención que merece. Las primeras manifestaciones, tanto en Francia como en
América, no se han obtenido ni por medio de la escritura, ni por medio de la
palabra, sino por medio de golpes, que, correspondiendo a las letras del
alfabeto, formaban palabras y frases. Y, con este medio, las inteligencias
invisibles que lograron manifestarse, declararon de ser los Espíritus. Si, por
lo tanto, se podía suponer la intervención del pensamiento del medium en las
comunicaciones verbales o escritas, esto no era posible en relación a los
golpes espontáneos, de los cuales se ignoraba, totalmente, el significado.
Podríamos citar un gran número de hechos, los cuales demuestran que en
las inteligencias invisibles que se manifiestan hay una individualidad
totalmente diferenciada y con absoluta independencia de la voluntad.
Recomendamos, por lo tanto, a los opositores más empedernidos, de estar más
atentos en sus observaciones, y si quisieran estudiar sin prevenciones, sin
llegar a una conclusión sin experiencias, reconocerán, con buen sentido, que su
teoría no es suficiente para explicar todo.
Sean válidas, en pruebas, algunos planteamientos. Por qué la
inteligencia que se manifiesta, sea cual ella fuere, se niega a responder
algunas preguntas sobre cosas totalmente conocidas, como, por ejemplo, sobre el
nombre y la edad de quien interroga, sobre lo que tiene en la mano, sobre lo
que hizo el día antes, sobre lo que se propone hacer al día siguiente, y
similares? Si el medium fuera el reflejo del pensamiento de los asistentes, le
sería muy fácil la respuesta.
Los adversarios buscan de retorcer el argumento y solicitan a su vez la
razón por la cual las inteligencias invisibles que deben saber todo no pueden
responder a preguntas tan sencillas, según el axioma de que, quien puede lo
más, puede, también, lo menos; de lo que concluyen que no son Espíritus.
Pero, si un ignorante, o un bufón, se presentase a una asamblea de
doctos, y en pleno mediodía preguntase por cual motivo es de día, creeríais,
quizá, que se molestarían en responderle seriamente? Y sería lógico deducir de
su silencio, o de las burlas que le harían al interlocutor, que ellos sean
imbéciles? Precisamente porque son seres superiores, los Espíritus no responden
a preguntas ociosas o ridículas, ni quieren que se les gasten bromas, por lo
cual callan y sugieren de ocuparse de argumentos más serios.
Pediremos, por último, por qué, con frecuencia, los Espíritus vienen, y
en un dado momento se van, y por qué una vez que se hayan alejado, no valen ni
ruegos ni súplicas que les puedan hacer regresar?
Si el medium actúa por el impulso mental de los asistentes, está claro
que, en este caso, el concurso de todas las voluntades reunidas debería
excitar, o acrecentar, su clarividencia. Si, por lo tanto, no cede al deseo de
los presentes, reforzado, todavía, por su propia voluntad, es porque él obedece
a una fuerza extraña a él y a quienes le circundan, la cual fuerza en tal modo
demuestra su independencia y su individualidad.
XVII
El escepticismo en torno a la doctrina espirita, cuando no resulta de
una oposición sistemática, se origina, casi siempre, del conocimiento
incompleto de los hechos, lo cual no impide que algunos se la den de
sabihondos, como si los conociesen perfectamente.
Una persona puede ser muy inteligente e instruida, y todavía carecer de
criterio, y el signo más claro de esta ausencia de buen sentido es,
precisamente, el de creerse infalible. Muchos, todavía, no ven en las
manifestaciones espiritas más que un objeto de curiosidad. Esperemos que,
leyendo este libro, encontrarán, en estos fenómenos extraordinarios, algo más
que un simple pasatiempo.
La ciencia espirita abraza dos partes: una experimental sobre las
manifestaciones generales, la otra, filosófica, sobre las manifestaciones
inteligentes. Quien no haya observado más que la primera, se encuentra en la
condición de aquel que conociese la física únicamente por las experiencias
recreativas, sin haber profundizado en la ciencia.
La verdadera doctrina espirita consiste en la enseñanza dada por los
Espíritus, y los conocimientos que la misma precisa son muy valiosos para que
se puedan adquirir de manera diferente que a un estudio profundo, y continuado
en la soledad y en el recogimiento, por cuanto, solamente en este modo es
posible observar un número infinito de hechos y de pequeñas particularidades,
que escapan a un observador superficial, pero que, por sí mismas, pueden hacer
formar una opinión conforme a la verdad.
Si este libro no produjese más fruto que el de mostrar el lado serio de
la cuestión e inducir a estos estudios a muchos que no se ocupan de los
aspectos del Espíritu, sería grande el resultado obtenido, y nos sentiríamos
contentos de haber sido elegidos para cumplir una obra, de la cual, por otra
parte, no pretendemos abrogarnos un mérito personal, por cuanto los principios
en ella contenidos no son nuestros, sino de los Espíritus que los han dictado.
Pero, queremos esperar que ella tenga, también, otro resultado, el de guiar a
los seres humanos deseosos de instruirse, generando, en ellos, un objetivo
grande y sublime, el del progreso individual y social, señalándole la vía que
se debe seguir para alcanzarlo.
Concluyamos con una última consideración. Los astrónomos, indagando la
inmensidad del espacio, han encontrado en la disposición de los cuerpos
celestes algunas lagunas injustificadas y discordantes con las leyes del
conjunto, y, por lo tanto, han supuesto, razonablemente, que aquellas lagunas
han de ser colmadas por globos que escaparon a suspiradas. Observaron, por otra
parte, ciertos efectos, de los cuales conocen la causa, y dijeron: Allí debe
haber un mundo, porque aquella laguna no puede existir, y porque estos efectos
deben ser su propia causa. Razonando de esta manera no se engañaron, y más
tarde los hechos le dieron la razón a sus cálculos y previsiones. Apliquemos,
ahora, este razonamiento a otro orden de ideas. Si uno considera la serie de
los seres, encuentra que forman una cadena sin interrupción de continuidad,
desde la materia bruta hasta el ser más inteligente. Pero, entre el ser humano
y Dios, que es el alfa y el omega de todas las cosas, que inmensa laguna! Es lógico
pensar que en el ser humano terminan los anillos de esta cadena, y que, sin
transiciones, él pueda sobrepasar la distancia que le separa del infinito? La
razón dice que entre el ser humano y Dios deben haber otros grados y anillos,
como ha dicho a los astrónomos que entre los mundos visibles debían existir
otros desconocidos. Ahora, cuál filosofía ha colmado jamás una tal laguna? El
Espiritismo nos la muestra llena de seres de cada grado del mundo invisible, y
estos seres no son más que los Espíritus de los seres pasados por los diversos
grados que conducen a la perfección. De esta manera, todo se entrelaza y se
concatena conjuntamente.
Vosotros que negáis la existencia de los Espíritus, llenad, por lo
tanto, el vacío que ellos ocupan. Y vosotros que os reís, no os dais cuenta que
osáis hacerlo de las obras de Dios y de su omnipotencia?
ALLAN KARDEC
PROLEGOMENOS
Fenómenos que escapan a las leyes de la ciencia vulgar, se manifiestan
por todas partes, y demuestran tener por causa la acción de una voluntad libre
e inteligente.
Ahora la razón nos dice que un efecto inteligente debe tener por causa
una potencia inteligente, y los hechos han probado que esta potencia puede
entrar en comunicación con los seres humanos mediante signos materiales.
Esta potencia, a una pregunta sobre su naturaleza, ha declarado de
pertenecer al mundo de los seres espirituales, que se han despojado de la
envoltura corporal humana. De esta manera fue revelada la doctrina de los
Espíritus.
Las comunicaciones entre la dimensión espiritual y la física se
encuentran en la naturaleza de las cosas, y no constituyen hecho alguno
sobrenatural, del cual se encuentran huellas en todos los pueblos y en todas
las épocas. Hoy, estas comunicaciones son generalizadas y accesibles a todos.
Los Espíritus anuncian que los tiempos señalados por la Providencia para
una manifestación universal han llegado, y que, siendo ellos los ministros de
Dios y los instrumentos de su voluntad, tienen la misión de instruir y de
iluminar a los seres humanos, abriendo para ellos una nueva era de
regeneración.
Este libro es la recopilación de sus en
señanzas, y fue escrito por orden y bajo el dictado de los Espíritus
superiores, para poner los fundamentos de una filosofía racional, despojada de
prejuicios del espíritu de sistema: él no contiene palabra que no sea la
expresión de su pensamiento, y no haya tenido su aprobación. A quien ha tenido
el mandato de publicarlo le pertenecen, exclusivamente, el orden y la
distribución metódica de las materias, y la forma de algunas partes de la
compilación, y las notas.
De los Espíritus que han cooperado a esta compilación muchos han vivido
en diversas épocas, en la tierra, donde han predicado y practicado las virtudes
y la sabiduría; otros, no fueron personajes de quienes la historia haya
registrado el recuerdo, pero su elevación se manifiesta por la pureza de su
doctrina y por su unión con quienes llevan nombres reconocidos.
Estas son las palabras precisas con las cuales dieron por escrito y a
través de diversos médiums, el mandato de preparar este libro.
-“Ocúpate con celo y perseverancia del trabajo iniciado con nuestro
concurso, por cuanto nos es inherente. Nosotros hemos colocado las bases del
edificio, que se va elevando, y que, un día, deberá reunir a todos los seres
humanos en un mismo sentimiento de amor y de solidaridad; pero, antes de
divulgarlo, lo revisaremos conjuntamente, para verificar todos los
particulares.
-“Nosotros estaremos contigo todas las veces que lo solicites, y para
ayudarte en todos tus otros trabajos, ya que este no es más que una parte del
cometido que se te confió, y que uno de nosotros, ya, te reveló.
-“Entre las enseñanzas que recibes, las hay que debes reservar para ti
hasta nueva indicación. Cuando el momento de publicarlas haya llegado, nosotros
te lo diremos; mientras tanto medítalas, para estar preparado cuando te lo
señalemos.
-“Pondrás en la cabecera del libro la cepa de la vid que te hemos
diseñado (*), porque es el emblema del Creador. Todos los principios
materiales, que mejor puedan representar el cuerpo y el Espíritu, se encuentran
juntos; el cuerpo es el leño, el Espíritu el licor, el espíritu unido al
cuerpo, la semilla. El ser humano afina el Espíritu con el trabajo, por cuanto,
como tú sabes, el Espíritu adquiere conocimientos por medio del trabajo del
cuerpo.
-“No te dejes desanimar por la crítica. Encontrarás opositores férreos,
especialmente entre la gente interesada en los abusos, y los encontrarás,
inclusive, entre los Espíritus, por cuanto aquellos que no se han liberado,
todavía, de la materia, buscan, con frecuencia, de sembrar la duda por maldad o
por ignorancia, pero, tú sigue siempre adelante, cree en Dios, y procede con
confianza. Nosotros estaremos siempre cerca de ti para asistirte, y está cerca
el tiempo en que la verdad emergerá de todas partes.
-“La verdad de algunos, que creen saberlo todo, y todo quieren
explicarlo a su manera, hará nacer discrepancias; pero todos aquellos que
quieran seguir las enseñanzas de Jesús, se asociarán en el mismo sentimiento de
amor al bien, y se unirán con un vínculo fraterno que abarcará al mundo entero.
Ellos dejarán de lado las indeseables disputas de palabras, y no se ocuparán
más que de las cosas esenciales, y la doctrina será siempre, en el fondo,
idéntica para quienquiera que reciba las comunicaciones de los Espíritus
superiores.
-“Con perseverancia alcanzarás a recoger el fruto de tus trabajos. La
satisfacción que probarás, viendo la doctrina propagarse y ser comprendida por
muchos, será abundante recompensa, y de esta doctrina conocerás todo el valor,
quizá más en el porvenir que en el presente. No te turbes, por lo tanto, por
las tribulaciones y por las zarzas que los incrédulos o malvados esparcirán
sobre tu vía. Ten confianza. Con fe alcanzarás la meta, y merecerás, siempre,
ser ayudado.
-“Recuerda que los buenos Espíritus asisten, únicamente, a quienes
sirven a Dios con humildad y abnegación, y repudian a cualquiera que busca
hacerse de la vía del cielo un escabel para el logro de las cosas de la tierra.
Ellos abandonan al orgulloso y al ambicioso. El orgullo y la ambición serán
siempre una barrera entre el ser humano y Dios, como vendas que quitan la
visión de los esplendores celestes, y Dios no puede servirse del ciego para
hacer comprender la luz”-.
Juan Evangelista, Agustín de Hipona, Vicente de Paúl, Luís, El Espíritu
de Verdad, Sócrates, Platón, Fenelon, Franklin, Swedemborg, Etc. Etc.
(*) El ramo de vid que se encuentra en el cabezal de este capítulo es el
facsímil del que fue diseñado por los Espíritus.
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