LEYES PARTICULARES
DE LA EVOLUCIÓN ESPIRITUAL
-1-
Del libro:
REPORTAJE DE LA DIMENSIÓN X
Autor: Giorgio Di Simone
Entidad A
Versión castellana:
Giuseppe Isgró C.
Hemos llegado, ya, hacia el
final del “Reportaje”, e, indudablemente, a uno de los argumentos más
importantes: a aquel concepto de “evolución” que ha tejido la base misma del
entero discurso, realizado sobre el ser y el devenir del Espíritu. Se analizarán
las consecuencias lógicas que se derivan, a nivel terreno, del fundamental
principio de evolución que de su propia interioridad impele al Espíritu hacia
su eterno devenir.
Veremos, de esta manera,
que todas las líneas que forman el destino de nuestro Espíritu se desenvuelven
armoniosamente según varios órdenes de consecuencias, todas perfectamente
confluentes hacia una precisa, racional y exaltante visión de aquel que es
nuestro camino, en esta y en la otra vida.
Es preciso, ante de todo,
aclarar cual es el real significado del término “evolución”, para reportar
sobre más justos binarios la entera cuestión hasta aquí analizada.
La idea de evolución, como
mejoramiento de sí mismos, en cuanto Espíritus, a esta altura de la
argumentación no es más aceptable, y el mismo término “evolución” aparece
impropio y, ciertamente, contradictorio con la verdadera sustancia del
Espíritu. Es esto así, también por razones de comodidad discursiva y de
ensayística. Se ha tenido que utilizar según la usual acepción que, referida
sobre todo al ser humano o al Espíritu aún gravado por el complejo anímico
(“astral”), puede ser, de todas maneras, suficientemente exacta.
Se está, ahora,
circunscribiendo los límites del discurso y, en el intervalo, es preciso afinar
los conceptos de fondo para rendirlos más exactos y sencillos en el contexto de
la doctrina, en su aspecto más elevado, casi como si debiese alcanzar la pureza
de un sistema matemático.
Por lo tanto, más que de
“evolución”, desde su aspecto cualitativo más bajo a otro más elevado, por lo
que se refiere al Espíritu, en la pureza de la estructura originaria, se debe
hablar de acrecentamiento continuo del conocimiento. También aquí, la lógica
adamantina de la “Entidad A” retoma su dominio.
En efectos, dado que el
Espíritu es una pura emanación de Dios, ya en sí necesariamente perfecta como
estructura personalizada, resulta impensable que pueda o deba “evolucionar” en
su acepción normal del término. Es preciso percibir que, sobre todo, en tal
término se encuentra implícito, en línea general, el pasaje de una condición de
“mal” a otra de “bien”, lo cual no se correspondería a la estructura divina del
Espíritu. El dualismo bien-mal, ya ha sido tratado en los capítulos anteriores
del Reportaje.
Evolución, por lo tanto,
significa, para el Espíritu, el proceso innato de apercepción del conocimiento,
es decir, tendencia infinita y eterna a Dios, considerado Conocimiento
infinito, absoluto.
Pero, hay algo más. El
Espíritu, siendo una proyección de Dios, potencialmente infinita y eterna, es
decir, una parte de Dios, posee ya, en sí, todo el conocimiento, pero lo posee
en potencia, encerrado en la trama indestructible de la propia sustancia.
Podríamos decir, también, “olvidado” en el momento en que emergió de la
autoconciencia, al acto –supremo don de Dios- de la propia personalización en
cuanto ser inteligente que se reconoce como unidad, que se identifica como
persona. Desde aquel momento, ya perfecto como estructura y atributos
(inteligencia, voluntad, etcétera), pero carente de conocimiento conciente, el
Espíritu inicia su itinerario infinito, en confrontación con las infinitas
ideas sencillas –conocimiento real- contenidas en los acontecimientos
universales, en los Principios y en las Leyes. (1).
De esta manera, el
conocimiento infinito encerrado en potencia en el Espíritu, pasa al acto,
gradualmente, para descubrimientos sucesivos que amplían el horizonte del
Espíritu mismo, como conciencia de sí y del Real, en la medida en que él
procede en el análisis-síntesis de la Realidad, de lo que Es…. Y, esta es la
razón de la experiencia: en la materia, sobre la Tierra o en otra parte, o bien
en el ámbito espiritual. Esta es la razón de la incesante y, como se verá, a
veces inquieta búsqueda de las experiencias, para adquirir siempre nuevas
ideas, para despertarlas en sí por resonancia.
Todo el resto es retórica,
es simbolismo que se acopla a la forma, y también la “Entidad A” se sirve de
ella, y veremos pronto, de que manera. Pero, la esencialidad del concepto, su
cristalina lógica, pueden ser circunscritas, como se ha visto ya, en pocas, y
definitivas frases.
Desde esta percepción la
visual del drama se aplaca. Reducidas a su síntesis conceptual e ideal, las
acciones humanas, las trasversales, pierden el aspecto menos favorable que
tiende desde siempre a contrarrestarles, y todo se refleja en pocas, esenciales
leyes, cuya estructuración lógica es perfecta.
Será útil, a este punto,
seguir la acción que estas leyes de la mencionada evolución ejercitan en el
finito, y sobre todo en el mundo del ser humano, en contacto con las demás
leyes: las del universo natural, las propias de la naturaleza.
Por simplicidad de
exposición y de análisis, se ha preferido desarrollar una por una las
consecuencias racionales de los Principios de la evolución, sea en el plano
físico como en el espiritual, de la misma manera en que ha sido precisado
antes, y siempre sobre la base de las largas, laboriosas pero iluminantes
conversaciones tenidas con la “Entidad A”. Concluiré esta parte del Reportaje
con la integral transcripción de una de sus comunicaciones que trata de una
fundamental ley evolutiva expresada como la “Teoría de los conos volteados”-.
1. PRIMERA CONSECUENCIA:
LEY DE LA EXPERIENCIA DIRECTA.
Por cuanto constituye el
propio patrimonio que el Espíritu debe acrecentar, aparece evidente que él
deba, necesariamente, hacer una experiencia directa, personal, de las cosas
–sean cuales fueren- hasta que el significado profundo de la misma pueda ser
asimilado por la matriz espiritual. Y esto, naturalmente, es necesario que
acontezca, sobre todo, en la tierra, en la experiencia global de la
materialidad, (2), por cuanto es, únicamente, a través de las propias vías
sensoriales y perceptivas que el ser humano puede, eficazmente, “probar” la
materia, tener conciencia como “idea”, en la relación con sus semejantes, como
acción, comportamiento y juicio, interpretación de los eventos humanos, con
todo lo que de espiritual pueda vinculársele.
Es por esta razón que el
Espíritu, conociendo con antelación cual experiencia desea experimentar en la
tierra, para integrar, constantemente, su bagaje de conocimientos, (3) se forja
los instrumentos anímicos, psíquicos y físicos, necesarios, adaptándolos en
función del objetivo que debe alcanzar en aquella determinada encarnación. (4),
Por lo tanto, el Espíritu
se “proporciona” los medios físicos e intelectuales, es decir, -aún el cerebro
con todo el sistema nervioso, las posibilidades psíquicas, la estructura
anímica de inicio (5), el quantum de inteligencia y de voluntad. (6).
En la dimensión espiritual,
el Espíritu puede, en cambio, adquirir experiencias, por ejemplo, de la misma
materia, con la observación de los fenómenos que se desenvuelven o de los
comportamientos de los Espíritus encarnados, afrontados entre ellos, o con
aquellos propios, del pasado. Esta es otra de las razones por las cuales, en la
órbita terrestre, en el plano “astral”, permanecen un sinnúmero de Espíritus de
la más variada evolución, ocupados en sus ciclos de experiencia, que se van
integrando en los “pasajes” entre los dos mundos; el físico, material, y el
espiritual. Y de esta manera, de constelación en constelación hasta el límite
de las experiencias de tipo material, que cada Espíritu obtiene, para luego dar
inicio a otras a lo largo de los rayos infinitos de las posibilidades de
Conocimiento que es Dios.
La extrema importancia de
una experiencia plena, completa, profunda, resulta clara a este punto, y nos
conduce a recordar una admonición de la “Entidad A”: -“Tanto menos meditéis
sobre las cosas que hacéis, en las experiencias que vivís, -aún las más
aparentemente modestas- tanto más vais al encuentro de pruebas adversas. El
Espíritu, viendo transcurrir la propia encarnación sin resultados válidos,
útiles, para el propio plano racional de conocimientos, puede, también, forzar
los eventos y provocar él mismo aquellas experiencias que –siendo más cruentas
desde el punto de vista humano- son, sin embargo, suficientes para sacudir al
ser humano, reversando en dirección de su Espíritu inquieto, percepciones más
cualificadas y auto realizadoras. Esto puede ocurrir, sobre todo, hacia el
final de una existencia vacía, trascurrida sin sacudidas, casi sin haber vivido
verdaderamente….” (7).
2. SEGUNDA CONSECUENCIA: LEY
DEL DESARROLLO UNIDIRECIONAL.
El Espíritu no puede
retroceder a lo largo de su itinerario infinito, que lo conduce, por lo tanto,
a un conocimiento siempre creciente. No sería necesario, siquiera, hacer mayor
énfasis sobre esto, empero, es preferible hacerlo subrayar, una vez más, la
lógica lineal que refleja la serie armónica de estas leyes, las cuales no son,
evidentemente, escritas en algún lugar del universo, pero que se encuentran
incisas en la estructura del mismo Espíritu, en cuanto plan irrevocable de lo
real, de lo existente, y como expresión, -podría decirse, formal-, del infinito
equilibrio del todo, derivado del carácter absoluto de los Principios divinos.
Cómo podría retroceder el
Espíritu, una vez despertada en él aquella determinada serie de ideas, aquella
suma de conocimientos, en proporción al trabajo realizado, o, evolución? Un
patrimonio similar, así adquirido, es decir, como activación eterna de una
parte de la propia potencia innata, no puede ser más dispersado, recordando que
se está haciendo referencia a las esencias supremas, absolutas en su género, y
en primer lugar, de la del Espíritu.
De esta manera, con pocas
palabras que, sin embargo, como ya se ha visto, presuponen todo un precedente
tejido lógico, preciso, consecuencial, se restablece una verdad de hecho, en
contra de los aspectos, más bien, neblinosos, aún excesivamente anclados a un
absurdo dualismo, en parte de las mismas doctrinas hindúes, que representan, al
mismo tiempo, para la humanidad, una herencia de sabiduría antigua. De esta
manera, se deja atrás el concepto de metempsicosis, como retrocesión
cualitativa del Espíritu, del cuerpo de un humano al de un animal inferior.
3. TERCERA CONSECUENCIA:
LEY DEL DESARROLLO INFINITO.
Quien ha seguido con
atención lo antes expuesto, encontrará obvia, también, esta consecuencia del
principio de evolución. Es evidente que la referida evolución espiritual debe
ser infinita, y esto por varias razones, todas derivadas de las premisas de
fondo.
La evolución es tendencia
al conocimiento infinito, siendo, también, verdad que el Espíritu jamás lo
alcanzará. Este tema ha sido ya tratado por la “Entidad A”, en el capítulo
octavo del Reportaje.
El absurdo de la obtención
del conocimiento absoluto, conduciría, inevitablemente, a la fusión con Dios,
es decir, a la terminación del Espíritu, como tal, lo cual representaría una
segunda faceta de lo absurdo, dada la estructura espiritual real, autónoma,
perfecta, y teniendo atributos conferidos por Dios, los cuales garantizan la
inmortalidad en cuanto ser inteligente y autoconsciente.
También aquí se anulan
algunas tesis de las doctrinas hindúes, acerca de la fusión en Dios, relativas
a la inmersión del ser personal e individual, en el Ser Divino. Según tales
doctrinas, sería el único modo, de escapar a la esclavitud de la materia, en lo
relativo a forma, sentidos, deseos, emociones, etcétera. Como ha ocurrido y
ocurre, frecuentemente, en el curso de los más elevados pensamientos humanos,
se intercambia un fenómeno relativo, como el de la vida humana, o el de la
iluminación: samadhi, nirvana, etcétera, es decir, del irrumpir fugaz de la
conciencia espiritual en la conciencia humana (9), con un fenómeno absoluto
cual debería ser el de la unión con Dios, ignorando todos los infinitos
intermedios, y permitiendo a lo finito (ser humano) de descabalgar el infinito
que le separa de Dios.
4. CUARTA CONSECUENCIA: LEY
DE LA EVOLUCIÓN SINGULAR.
De cuanto hasta ahora ha
sido dicho en lo relativo a la autonomía del Espíritu, de su personalidad
distinta, equivalente a la monada leibniziana, y perfectamente identificada
respecto a las demás, se deriva como lógica consecuencia que la evolución se
refiere al Espíritu, individualmente hablando, es decir, que ella es,
obviamente, independiente de la colectiva de los Espíritus, y que posee un
itinerario propio y característico.
En definitiva, cada
Espíritu tiene y debe tener su propia historia. Cada Espíritu es un “caso”
evolutivo en sí mismo, y la calidad de su evolución, representada por el nivel
de su conocimiento de lo Real, no tiene nada que ver con la de sus semejantes.
Esto es importante tenerlo
presente, sobre todo por los hechos de nuestra Tierra, donde cada Espíritu
encarnado en una persona tiene su propio itinerario evolutivo, perfectamente
distintivo, -en teoría-, de aquel de la entera sociedad humana que, para su
propia subsistencia como tal, precisa leyes propias, con sus respectivos
parámetros de desarrollo: aquellos que caracterizan el camino histórico de la
civilización. Ha sido dicho en teoría, porque, en la práctica, bien sea por la
ley de afinidad, que por otras razones que tienden a la nivelación, dadas a los
“standards” de las experiencias terrenales, en general son pocos los casos de
humanos cuyas características le permiten emerger sobre las masas. Es decir, es
poco fácil encontrar una persona que refleje, claramente, el nivel de su
personalidad espiritual. (10).
Continuará……